Estamos en un año de celebraciones en el mundo de la cultura. A los bicentenarios de Richard Wagner y Giuseppe Verdi se unen en este 2013 los centenarios de Benjamin Britten y Albert Camus, de La Consegración de Primavera de Igor Stravinski, La vida breve de Manuel de Falla o Muerte en Venecia de Thomas Mann, eso por no citar algunos cincuentenarios como los del estreno de Los pájaros de Alfred Hitchcock y El gatopardo de Luchino Visconti. Año de alforjas llenas culturalmente hablando, como se puede ver. Os recuerdo que no sólo de pan vive el hombre. La cultura ayuda a salir de la crisis.
De algunos de estos aniversarios ya me he hecho eco en360 Grados Press; de otros meencargaré próximamente. Hoy quiero detenerme en un centenario muy especial,fundamental para la historia de la literatura contemporánea. Me refiero alcentenario del inicio de la publicación de la magna obra de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido. Sin duda, una de las cimas de laliteratura francesa y universal de todos los tiempos.
Por el camino de Swann,primer volumen de À la recherche du temps perdu, fue publicado porprimera vez, en París, por la editorial Grasseten noviembre de 1913, corriendo la edición a cargo del propio autor. La novela habíasido rechazada por Gaston Gallimard, en aquellos años director de La Nouvelle Revue Francaise, porindicación de André Gide. Dado eléxito que alcanzó el libro, el propio Gallimard convenció a Proust para queeditará con él en una nueva editorial, lo que provocó la enemistad con AndréGide y el abandono de la dirección de La Nouvelle Revue Francaise. Nació así en1919 la Librería Gallimard, cuyoprimer libro fue A la sombra de las muchachas en flor, segunda entregade la obra de Proust que consiguió elpremio Goncourt de ese año y fue todo un éxito. Gallimard editó las siete entregasdel ciclo proustiano entre1919 y 1927.
De Proust se habla más quese lee. Se da bien en las citas, en las declaraciones de culto sofisticado. Sonmuchos los que alardean de él, pero poquísimos los que se han aventurado en suspáginas y muchos menos los que confiesan que han desertado en el intento de llegar al tiempo recobrado. Noes una lectura fácil. Os lo dice un proustiano confeso y enfermizo. Es unalectura densa, y más que el relato de unos acontecimientos de carácterautobiográfico, compuesto de largas frases, de un lenguaje depurado, de unjuego de matrioskas que no tiene fin, es un ejercicio de memoria, de cómo losrecuerdos pueden atrapar el tiempo, de cómo un aprendiz de escritor trata de fijarlosen negro sobre blanco. Y todo en un ejercicio de la memoria involuntaria capazde precipitar todo un universo. Nunca una magdalena bañada en una taza de téhabía dado para tanto.
Proust es una aventura interiorde gran belleza literaria a la que hay que llegar despacio y avanzar lentamenteentre us páginas. No se puede leer de un tirón. Su propia estructura, su propiocontenido impide las prisas. Proust no es una novela policiaca de ritmotrepidante. No. Proust es Proust y hay que transitarlo despacio, saboreándolopárrafo a párrafo, palabra a palabra. Es un ejercicio con nuestra propia introspección,de nuestra búsqueda de nuestro tiempo perdido, de nuestro intento de adherir elrecuerdo, de estrechar los vínculos con el pasado a través de las sensaciones.Toda una terapia para conocernos a nosotros mismos, para alcanzarnos, pararecobrarnos. Así es el camino de Proust y vale la pena transitarlo. Cuando seconsigue, algo cambia en nosotros. Digo.
Adrián Cordellat