En la pasada edición de la Feria del Libro de Valencia tuve la ocasión de conversar con Rosa Montero, que había venido a presentar su última novela, El peso del corazón, una nueva aventura de Bruna Husky. Charlar con esta escritora siempre generosa, sabia y reflexiva con sus palabras es todo un placer. Entre comentarios sobre el personaje de Bruna y la ciencia ficción, le transmití mi preocupación por los bajos índices de lectura que se habían hecho públicos recientemente en nuestro país y le pregunté su opinión. Rosa me miró y no dudó en afirmar que se leía y se publicaba más nunca. No era un sarcasmo, lo afirmaba muy seriamente y lo argumentaba considerando que en nuestro país la lectura siempre ha sido minoritaria. Razones no le faltaban.
En los años de su infancia, que son los mismos que yo viví, se leía muy poco y había muchísimos analfabetos. Ahora, cuarenta años después, el 55% de la población, comparativamente un porcentaje muy alto, afirma que lee alguna vez. El hecho, aunque fehaciente no deja de ser un consuelo en su argumentación. Casi lo mismo que decir que todos los partidos, cada uno desde su perspectiva, han ganado las elecciones. Una entelequia por no decir la reacción fantasmática que nos produce a todo bicho viviente racional el miedo a lo desconocido. Nadie niega que se lea más, pero leer sigue siendo patrimonio de la minoría, me pese a mí y a mi vecina la de la perrita yorkshire.
He pensado mucho sobre esta opinión de Rosa Montero. Aunque le doy la razón, me sigue alarmando que casi la mitad de la población de nuestro país no lea y nadie se retire al desierto a hacer penitencia vestido con hábito talar. Aquí solo se alarma un servidor y el sector del libro, porque ambos somos unos aguafiestas que hemos perdido la chaveta de tanto leer a Miguel Cervantes y Joanot Martorell.
Recientemente hemos tenido elecciones municipales y autonómicas. El cambio político en la mayoría de ayuntamientos y gobiernos autonómicos de nuestro país es obvio. El giro a la izquierda y las políticas progresistas serán una realidad durante los próximos cuatro años, algo que me alegra, aunque me siguen preocupando ciertas cuestiones de la política cultural, al menos tras consultar la mayoría de los programas políticos. Es cierto que la política cultural del Partido Popular ha dejado a nuestro país en un auténtico erial y que el partido o partidos que entren a gobernar tienen mucho trabajo que hacer; pero una vez leídos los programas electorales de las principales formaciones políticas progresistas se me ha erizado el vello casi tanto como al apóstol Tomás cuando se cruzó con Cristo resucitado y pasó aquello de pon el dedo en la llaga y comprueba.
Yo sí que he metido el dedo y he constatado que, lejos de aplicar auténticos paquetes de políticas destinadas a la formación y crecimiento cultural de la sociedad, se está más por la foto y el escaparate del Vanity Fair, con permiso de William Thackeray. La tendencia imperante, metido el dedo en el programa que no es lo mismo que hurgar en la llaga, está por considerar la cultura como una mercancía, como decía mi admirado Guy Debord, lo que alimenta la pasividad de la ciudadanía ante ella, tal vez intencionadamente, aunque me gustaría no pensarlo. Todos los programas hablan de impulsar sectores culturales, de rentabilidad; se confunde cultura y educación; se habla de cine, de pasarelas de moda, de arte contemporáneo, de rock en todas las lenguas propias que se seguirán minorizando si un terremoto producido por el choque de las placas tectónicas euroasiática y africana no lo remedía.
Se busca el titular de prensa rápido y facilongo, la foto del político con el famoso de pelo entero y medio pelo como valor icónico de amplia significación. Me sorprende que sólo se hable de lectura muy tangencialmente, cuando nuestra herramienta de transmisión de conocimiento sigue siendo el libro. La lectura siempre ha sido cosa de minorías, me dijo Rosa Montero, a lo que yo añado que, visto lo visto, un buen porcentaje de políticos, al menos los que han elaborado los programas electorales, deben estar con la mayoría no lectora. Me sorprende y me alarma que los programas tanto conservadores como progresistas, hablen de rock, de arte contemporáneo, de cine, de circo, y no de lectura y libros. Como si un músico, un artista o un cineasta no tuvieran que leer. Me alarma esta actitud a la que a nadie parece importarle, cuando la lectura debería impregnarlo todo, desde la economía a los planes urbanísticos y servicios sociales.
Reconozco que Rosa Montero tiene razón cuando comenta que leer siempre ha sido de minorías, pero me exaspera tener que aceptar que la lectura y aumentar el nivel cultural de la población no le interesa a casi ningún político electo. Digo casi porque pienso que `deben haber alguno por ahí que quiera llevar adelante buenas políticas culturales pensando en el crecimiento y bienestar de los ciudadanos. En este anhelo de futuro estoy y con él aspiro a modificar la fábula de Augusto Monterroso. Quiero que desaparezcan el aún y el todavía. Quiero que “cuando despierte, el dinosaurio ya no esté allí”.
Laura Bellver