360gradospress entrevista a uno de los reporteros con más recorrido de España
ANDRÉS VERDEGUER, 360 Grados Press. Jon Sistiaga (Irún, 1967) es un periodista que con su trabajo se ha ganado la credibilidad, ese tesoro al que aspiran todos los de su gremio. Se considera reportero “normal y corriente” y se niega a encasillarse en la tribu de los reporteros de guerra aunque a lo largo de su carrera haya contado los conflictos de Ruanda, Irlanda del Norte, Oriente Próximo, Afganistán, Kosovo, donde vivió uno de los capítulos más amargos al ser secuestrado junto al cámara Bernabé Domínguez el 2 de abril de 1999 mientras filmaban la llegada de un tren de refugiados, o Irak, donde además de vivir la caída de Sadam Hussein vio como moría su compañero José Couso por un ataque de las fuerzas estadounidenses al hotel Palestina.
Afirma que nunca ha cogido un arma con sus manos, pero todas estas experiencias deben ser como las muescas de un revólver, las que acumula su vida por la entrega a una profesión, el periodismo, que consiste en el simple hecho de contar las cosas. No cree en la objetividad, pero sí en la honestidad y la honradez de los profesionales. Para trabajar en las zonas en conflicto tiene su particular hoja de ruta, la Declaración Universal de los Derechos Humanos desde su primer artículo (“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos ”) hasta el último. Ahora, desde su creación, trabaja en Cuatro realizando documentales de actualidad que ya le han llevado a Guatánamo, México, Honduras, Gaza o El Sáhara.
P.- ¿Cómo empieza Jon Sistiaga, cuándo se ve inmerso en un conflicto por vez primera?
R.- Jon Sistiaga es un becario que está en una redacción y cuando uno de los jefes decide que habría que mandar a alguien a Ruanda nadie de los que debía ir se muestra demasiado partidario y yo, pues me ofrezco. Sabía algo de inglés, sabía dónde estaba Ruanda, sabía lo que estaba pasando y era su mejor opción y la más barata además. Así que me fui para allí.
P.- ¿Alguna vez le ha sorprendido en positivo el regreso a un país que conoció primero en pleno conflicto?
R.- Sí, todo país que sale de un conflicto, más o menos, mejor o peor, evoluciona hacia la normalidad. Las calles se llenan de coches, las casas vuelven a tener cristales, la gente vuelve a acudir a sus trabajos. Todos sorprenden porque casi siempre tu primera impresión la tomas cuando vas a un conflicto y lo que ves es un país desolado, destruido, vacío y casi en esqueleto. Volver luego, cuando se celebran elecciones o en el aniversario de tal o cual guerra, es descubrir otro país diferente. Lo interesante es encontrarte con alguna de las personas que estuvieron contigo viviendo la peor parte de la guerra y comprobar cómo han evolucionado y cuál es su estado de ánimo después de todo lo que pasaron.
P.- Dice que ninguna guerra se parece a otra, pero ¿alguna guerra sirve para algo?
R.- Si hay guerras justas o injustas es el eterno debate que desde los escolásticos nadie ha conseguido definir. Supongo que hay guerras más probables que otras y situaciones que seguramente sólo se pueden resolver con una guerra. Cómo conseguir acabar con una feroz dictadura que machaca a sus ciudadanos a lo mejor sólo es probable con un guerrilla que triunfe; cómo acabar con un genocidio como el de Ruanda sólo es posible porque entró un grupo armado que consiguió acabar con ese genocidio. ¿Merecía la pena haber ido a la guerra en Kosovo? Yo lo que comprobé es que la única manera de parar el genocidio de los kosovares o su expulsión era mediante la amenaza militar directa. Y probablemente la única manera de responder a un atentado como el de las Torres Gemelas era atacando el país que había dado cobijo y ofrecido bases de entrenamiento militar a una organización como Al Qaeda, y ese país era Afganistán. ¿Esas guerras son justas o injustas? Es muy difícil saber. La única certeza es cuándo se empieza una guerra, nunca cuándo se acaba. Y que toda causa, por muy justa que sea, siempre tiene un lado débil.
P. Pero en este mundo los países no se identifican con los grupos terroristas. Por poner un ejemplo de actualidad, la piratería en las costas de Somalia.
R.- En el mundo que hemos recogido y que nos ha tocado vivir hay Estados que están mejor dotados que otros para mantener el bienestar de sus ciudadanos y la seguridad de sus fronteras. Y hay Estados que son evidentemente fallidos, como Somalia o Afganistán. Son fallidos porque alguien en la época de la descolonización decidió convertirlos en tal, y alguien decidió que tribus que siempre se han odiado podían convivir, y trazaron una serie de fronteras que probablemente las idearon cartógrafos borrachos en algún lugar de Londres, y eso es lo que provoca que este tipo de Estados que hemos heredado nos lleven a situaciones como que ahora Afganistán sea comandada por un grupo de estudiantes radicales islámicos que ofrecen su país a una organización terrorista como Al Qaeda, o que Somalia lleve 20 años desmembrada en clanes a su vez divididos en subclanes que gobiernan diferentes zonas, lo cual permite que la de la piratería en el golfo de Adén esté feliz.
P.- Esa situación juega en contra de estos países que requieren de la ayuda humanitaria: alimentos, medicinas. ¿Qué sucede ahí? ¿Acaba llegando esa ayuda o se queda a mitad de camino? ¿Llega la ayuda que realmente necesitan?
R.- Mientras la industria farmacéutica está ganando millones de euros y dotando para enfermedades nimias en muchos casos que se producen en occidente, con una ínfima parte de ese presupuesto se podrían salvar millones y millones de vidas humanas en África, Asia y Sudamérica. Es una vergüenza que la ayuda humanitaria que llega en forma de medicinas y donaciones sean productos caducados que no se han querido utilizar en nuestros países. Es una vergüenza que mueran todos los días millones de personas por paludismo, diarreas contraídas por enfermedades que te pasa la mosca tse-tsé y que con muy poco dinero se podrían curar todas.
P.- Es el caso de países subdesarrollados, pero cómo es en los países inmersos en un conflicto. ¿Acaba llegando esa ayuda, estaban las farmacias abiertas en Kosovo?
R.- En una guerra no hay nada, todo se para, todo se destruye y nadie hace lo que está acostumbrado a hacer. Periodistas como nosotros o estarían huidos o tendrían un arma en sus manos defendiendo a uno de los dos bandos. Es decir, no existiría el reporterismo, no existirían desde luego las farmacias, no existirían las industrias que producen las medicinas para esas farmacias porque tampoco habría transporte. En una situación de conflicto y de guerra nada es lo que parece, nada existe. Todo lo que puede ser normal deja de existir.
P.- En las zonas en conflicto, cómo es la relación entre los que allí van por un motivo u otro: periodistas, médicos, enfermeros, cooperantes
R.- No por mi caso, pero yo creo que la relación es tensa. Digamos que entre los cooperantes, médicos, enfermeros, logistas, etc., que están trabajando sobre el terreno se tiende a pensar que los periodistas son una especie de aves de rapiña que van allí a sacar cuatro planos, siempre te dicen que para sacar dinero para tu propia cadena, que es una tontería que se cae por su propio peso. Nos tienden a ver como eso, en lugar de ver que somos trabajadores casi tan altruistas como ellos porque la verdad es que no cobramos más por hacerlo y arriesgarnos. Al fin y al cabo, todos podríamos beneficiarnos de lo que hacemos. Sacar lo que ellos hacen beneficia a la ONG por prestigio y a la hora de recibir donativos, y que ellos te den información sobre el terreno que tú necesitas siempre es útil y beneficioso.
P.- ¿Cuál es el objetivo de un reportero que acude a un país en conflicto para informar a los que estamos fuera de las fronteras del conflicto y que ve que esa información no le llega a la propia sociedad inmersa en la guerra?
R.- Yo no puedo ir a informar a Kosovo en kosovar para los kosovares porque entre otras cosas no sé kosovar, como tampoco puedo ir a Ruanda y contarlo en ruandés. Nosotros somos una especie de enviados especiales, siempre con billete de vuelta, una familia que le espera en casa y un lugar donde volver a la normalidad. Los verdaderos reporteros de guerra son los que están allí cuando tú llegas y utilizas como fuentes y los que se quedan allí cuando tú te vas y se te quedan mirando como diciendo qué suerte tienes. Claro que hay reporteros que intentan sacar periódicos o mantener una radio abierta en un lugar de conflicto, normalmente como parte de ese conflicto, porque a esos reporteros casi siempre les toca estar en un lado o en otro. Cuando voy a un lugar en conflicto voy porque allí hay una realidad violenta que nos afecta de lejos o de cerca y trato de entenderla y contarla después de pasarla por el tamiz de mi experiencia, de mi punto de vista y de mi supuesta honestidad, pero no, no trabajo para la gente que está sufriendo ese conflicto.
P.- ¿Existe la objetividad del profesional?
R.- No. Esto de la objetividad es algo que enseñan en las facultades de periodismo esos profesores que nunca han ejercido la profesión. La objetividad es uno de los dogmas del periodismo que al fin y al cabo es un oficio que tiene 200 años y alguien decidió que ésta era una de las bases para poder ejercer. Yo no creo en la objetividad. No soy objetivo cuando veo algo. En lo que creo es en la honestidad, en la honradez de decir oye, esto es lo que estoy viendo. Procuro hablar con todo el mundo, tener todas las fuentes necesarias, hacer mis propios análisis y filtrarlo, pasarlo por el tamiz que de mí se espera o por el de mi medio de comunicación. Pero objetividad, ¿qué es la objetividad? ¿Decir si voy bien o mal vestido?
P.- ¿Y existe la autocensura?
R.- Sí, pero la autocensura entendida como práctica periodística. No creo que sea malo. Es decir, para qué escribir algo que no me van a publicar. Tenemos medios blogs, Twitter, etc. y amigos que trabajan en otros medios para contar eso que yo sé que no voy a poder contar. Yo me autocensuro muchas veces a la hora de hacer preguntas a ciertos tipos, pero porque sé que tienen un arma o porque me encuentro en algún lugar perdido y sé que si le pregunto como me gustaría, coge me pega dos hostias, me quita la cinta y me empala. ¿Eso es autocensura? Sí, es autocensura.
P.- ¿Está sobrevalorada la necesidad de información que tenemos en estos momentos?
R.- Nuestra propia sociedad cada vez está más informada, cada uno por sus propios medios. La opción de informarse que tienen esta sociedad no se ha conocido antes. Tenemos la posibilidad de saber de todo y al momento por diferentes canales. Debemos ser conscientes de que tenemos tantas herramientas de información ahora que cada uno puede utilizar las que quiera. Habrá tipos ávidos que a lo mejor se lean muchos medios y habrá otros que con leerse su página de Facebook donde alguien le cuenta cosas tienen bastante y están encantados.
P.- ¿Cuesta ofrecer buenos productos en medio de la televisión que padecemos hoy en día?
R.- Tengo la suerte de trabajar en una cadena, Cuatro, que ha apostado por la información. Esto no es general, es más, creo que es la única junto a Televisión Española, y porque está obligada. Trabajar en un medio que te permita hacer lo que quieras también tiene su contrapartida. Hago lo que me apetece, pero también lo que creo que tiene encaje en mi cadena y con su tipo de público. Hay que negociar constantemente los temas.
Marga Ferrer