Esta semana en 360 Grados Press nos aproximamos a un género teatral que carece de guion y de previsión. Es participativo y está empapado de humor. Hablamos con actores que se suben a las tablas de un escenario para improvisar.
Un escenario. En breve aparecerán actores que serán observados por los espectadores que ocupan las butacas. Ninguno de ellos sabe lo que va a ver ni oír. El público desconoce la historia que se va a desarrollar sobre las tablas en breves momentos. Los artistas, por cierto, tampoco tienen ni idea de por qué derroteros acabará lo que van a empezar sin guion en cuanto se levante el telón. Es el arte de la improvisación.
Se trata de un género teatral en sí mismo que consiste en crear el espectáculo sobre la marcha ante los espectadores a quienes se les hace partícipes de la pieza. Esta técnica escénica, eso sí, mantiene una auténtica relación de amor y dependencia con la espontaneidad. “Es fundamental para que la improvisación funcione. Cada día es totalmente distinto y tiene que ver con el momento presente. El ritmo rápido, cambiante y trepidante de lo espontáneo hace que la improvisación tienda más a la comedia y menos al drama”. Son las palabras de Nacho Soriano, codirector de Impromadrid Teatro; compañía que lleva quince años investigando y poniendo en práctica esta técnica.
¿Por qué engancha?
La predisposición a pasar un buen rato es un punto a favor. Pero ¿qué es lo que hace tan atractiva a esta modalidad teatral? “Hay muchos factores. Uno de ellos es la novedad, pues todavía hay gente que no conoce bien de qué va y tiene, entonces, la capacidad de sorprender. Por otro lado, es participativo porque partimos de las sugerencias del público y ¡eso es raro!”, comenta Soriano de manera distendida. Además, dado que todo el espectáculo es improvisado, ” a la gente le gusta saber que está experimentando un momento exclusivo. Esto le añade un valor especial: el actor está creando en ese momento y no reproduciendo algo que ya ha ensayado”, mantiene.
En esa misma línea se pronuncia el cómico Jesús Manzano. “Un monólogo también es directo, pero vas con un texto y hay que hacerlo muy bien para que nadie se dé cuenta de que está memorizado. Sin embargo, cuando la historia se crea delante de ti hay como una especie de magia que a la gente le encanta”, señala este actor, quien viaja por España con Miguel Moraga la otra mitad de su compañía Teatro Instantáneo-. “Es irrepetible. No va a ocurrir nunca más. Es hoy y ahora”, lo resume el cómico Agustín Jiménez.
Ahora bien, que no esté memorizado un texto no quiere decir que no haya toda una preparación y una técnica detrás. Según Soriano, “no ensayamos lo que vamos a contar, pero sí entrenamos”. Hay ejercicios que ayudan a potenciar la rapidez y la agilidad que requiere el género para crear historias y personajes. Este actor tiene claro que es clave “potenciar la conciencia de grupo, puesto que se va a partir de algo colectivo, que no está previamente escrito”. Precisamente por esto, hay que “saber proponer y aceptar propuestas de otros”, añade. Reconoce que al principio “da cierto vértigo”, pero la tranquilidad llega cuando “sabes que tienes todas las herramientas”. Y recalca: “Nos gusta la sensación de no saber qué vamos a hacer”.
Jesús Manzano hace especial hincapié en el calentamiento físico y mental que, según explica, requiere la improvisación. “Tienes que estar totalmente concentrado y con los cinco sentidos porque cualquier cosa se puede incluir en el espectáculo”. Lo que bajo ningún concepto debe suceder, continúa, “es que pase algo y no te des cuenta”. De hecho, de las tres patas en las que se apoya la improvisación la escucha, la aceptación y la propuesta- la primera “es la más importante”.
Es imposible fallar
Y esto es así porque las historias se van tejiendo sobre la marcha, con palabras del público, con un tropezón en escena o con una metedura de pata que ¡ojo! en realidad, no lo es. Porque los fallos no existen en la improvisación. “El error no es error, es algo que sucede y lo incorporamos al espectáculo. Siempre aparecerán cabos sueltos, que son parte del juego. No es fácil”, sostiene Soriano. Manzano lo ilustra con el ejemplo de una puerta imaginaria: “El actor, ayudado del gesto, abre la puerta hacia fuera. Acto seguido, la abre hacia adentro. ¿Qué hacer? Evidenciarlo y convertirlo en un gag más”. Improvisar, dice, “es reaccionar”. Además, estar informado y al día de la actualidad es un punto añadido que suma en este tipo de actuaciones. Agustín Jiménez confiesa que invierte buena parte de su tiempo observando. “Puedo parecer un rarito porque estoy como en otro mundo, pero es un buen ejercicio”, indica. Los tres artistas coinciden en que toda actuación que se precie debe tener un planteamiento, un conflicto y un desenlace. “Siempre hay que contar una historia”, recalca Jiménez.
“Fuera nubes negras”
Y cuando esa invención provoca carcajadas que hacen retumbar el teatro, la satisfacción se dispara, no sólo por el éxito del momento, sino también por el conjunto del trabajo. El humor y la adrenalina con la que se empapa la situación “te quita los dolores”, asegura Jiménez. Nacho Soriano puede estar amargado o enfadado, pero empieza a actuar “y se me pasan todos los males”. “Para mí es terapéutico. Se van las nubes negras”, insiste. Las de Jesús Manzano, también. Él es arquitecto técnico, pero su auténtica vocación es hacer reír a la gente. “Lo haría gratis. La improvisación me ha cambiado la vida y para mi carácter es perfecto”, confiesa.
Hay países, como Canadá, donde este género escénico está más arraigado, explica Soriano. Sin embargo, cada vez más “los teatros apuestan por la improvisación porque se han dado cuenta de que tiene tirón”. Impromadrid organiza festivales internacionales; el próximo tendrá lugar en la capital del 19 al 24 de marzo.
Pero más allá de idiomas, nacionalidades o fronteras, el objetivo de aquellos que se dedican a la improvisación es construir piezas teatrales frescas, cargadas de diversión con pasaporte a la carcajada y, sobre todo, absolutamente genuinas y originales.
332