Cuando Andalucía hablaba en árabe

Es imposible visitar ciudades como Córdoba, Sevilla y Granada y no caer en la cuenta de la importancia que sobre ellas tuvo la cultura islámica a nivel artístico. Esta semana 360 Grados Press repasa los estilos arquitectónicos que más las marcaron con la historia como hilo conductor.

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Quien llega a Córdoba, a Sevilla o a Granada se siente como un caminante del desierto que encuentra un oasis. Y es esa sensación, ni más ni menos, la que trae a la memoria imágenes de tierras inhóspitas en las que civilizaciones han desarrollado su vida, como es el caso de los pueblos árabes. Esto es porque Andalucía bebió de las fuentes del arte islámico, que dejó una marca inconfundible en la cultura española.

 

El arte árabe se convirtió en uno de los grandes protagonistas de la Edad Media. Su influencia fue notable en todo el norte de África, Asia Menor y Turquía hasta el siglo XIX, siendo el segundo ‘estilo’ artístico de mayor extensión geográfica y cronología después del Imperio Romano. Supone un nexo de unión entre el arte bizantino y el del mundo medieval de Occidente, al que transmite la herencia de Persia.

 

El arte islámico tiene una constante común dictada por los preceptos coránicos, que impiden el desarrollo de las técnicas figurativas tal y como las conocemos en Occidente, por lo que estas se concretan en los objetos de uso cotidiano y en la miniatura. Es en la arquitectura donde se encuentra su aportación más interesante y, aunque no crea un estilo propio, adapta los existentes a sus necesidades funcionales, incorporando una brillante decoración geométrica, lo cual le confiere una estética diferente.

 

El ojo más hábil y el más versado en historia puede reconocer, sin embargo, una evolución en las huellas que dejaron los pueblos musulmanes (sí, en plural) en su paso por España. Hablando de invasiones únicamente como hechos que nos enriquecieron como nación, se pueden escrutar dos etapas.

 

De invasiones almorávides

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Las primeras ocupaciones islámicas tuvieron lugar entre los siglos VIII y X y estuvieron a cargo de los grupos selyúcidas y almorávides (estos últimos fueron los que llegaron a España y al norte de África). En esta primera época los principales centros creadores fueron Córdoba, Damasco (Siria) y Kairuán (Túnez).

 

Los almorávides fueron militares religiosos originales de grupos nómadas provenientes del Sáhara y abrazaron una de las interpretaciones más severas del islam. El icono nacional de esta época es la Mezquita de Córdoba, que ostenta el título de mejor sitio de interés en Europa y que ocupa la tercera posición en el ranking mundial del Travellers’ Choice 2017. El monumento se organiza según una cuadrícula espacial formada por un campo de columnas y de dobles arcos superpuestos que recuerdan al acueducto romano de Los Milagros, en Mérida.

 

Los almorávides construyeron edificios sólidos y desnudos de decoración, que poco a poco irían añadiendo. No eran artistas y, en al momento de la conquista, primaba la necesidad de la función sobre la estética, por ello reutilizaban algunos elementos como fustes y capiteles procedentes de edificios romanos y de primitivas iglesias visigodas.

 

De invasiones almohades y nazaríes

En la segunda fase de conquistas, entre los siglos XI y XIII, destaca el núcleo oriental constituido por países de Asia Menor (Ispahán, Tabriz o Samarcanda), Egipto, Estambul y la India, mientras el núcleo occidental se centra en territorio español y se compone de la Sevilla almohade y de la Granada nazarí.

 

Los almohades fueron una rama islámica bereber, que se impuso sobre los almorávides y que extendió los límites territoriales del imperio desde el Algarve, ampliándolos hasta Sevilla, Córdoba, Granada y otras ciudades vecinas.

 

El arte almohade es simple y austero, como la propia vivencia de la fe y un reflejo de la dura vida de los nómadas del Magreb. Los monumentos se caracterizan más por el colosalismo que por las innovaciones formales. Redundan en la pureza y en la esbeltez de las líneas. Y ya con la elegancia de la Giralda de Sevilla y su uso de la mampostería combinada con hiladas de ladrillo que tejen una intrincada red de arcos lobulados se puede percibir la evolución de la construcción útil hacia la estética.

 

Tras el desmoronamiento almohade hacia 1228, el gobierno corto de Ibn Hud y varios fracasos militares frente a ejércitos cristianos, se gestó la dinastía nazarí, la última que dominó el Reino de Granada hasta el año 1492, cuya caída supuso el final de al-Ándalus.

 

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El arte nazarí, también llamado arte granadino, constituye la última etapa del arte hispanomusulmán. Se desarrolló durante los siglos XIII, XIV y XV y se extendió por el Reino de Granada, Berbería (regiones costeras de Marruecos, Argelia, Túnez y Libia) y los dominios cristianos de la península ibérica, lo que contribuyó al surgimiento del arte mudéjar.

 

La obra por antonomasia que define a la dinastía nazarí es la Alhambra (Qalat al-Amra), ‘el castillo rojo’, verdadera síntesis de arquitectura palatina islámica y de los nuevos elementos de fortificación incorporados a la construcción militar. Está reconocida como el tercer mejor sitio de interés de España y ocupa el puesto número 12 de Europa.

 

Aunque los muros continúan siendo sobrios en el exterior, en este período, al ser el último, el avance ornamental llega a su cenit. Se crea un recargamiento interior para simular riqueza sobre materiales pobres. También se decoran las zonas bajas con mosaicos de cerámica y las altas con motivos florales y epigrafías.

 

Una época extensa y diversos estilos arquitectónicos que la configuraron como arte islámico, que no dejaron de sembrar sobre otras variantes decorativas, que bebieron siglos después de su saber hacer como, en el caso de España, los artes mozárabe, románico mudéjar y gótico mudéjar.


@casas_castro

Inma Gabarda

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