Ripollés expone en Torrent su Universo urbano, 12 esculturas coloristas amables de interpretar
F.C., Torrent. Si la gente no va al arte, el arte irá a la gente. Doce esculturas de gran tamaño del artista castellonense Juan Ripollés reposan desde el pasado lunes 14 en la Avenida al Vedat de Torrent (Valencia). Auspiciada por la Obra Social de la CAM, esta muestra itinerante llega a la localidad valenciana después de haberse expuesto en otras ciudades europeas, como Verona, Venecia, Hertohembosch (Holanda), Palma, Sevilla, Córdoba, Alicante y Madrid. Si la gente no va al arte, lo verá en la calle y reflexionará sobre su sentido. El estilo colorista de Ripollés adquiere la condición de accesible, además, porque las esculturas de este Universo urbano trasladan un mensaje definido en el que el hombre, la naturaleza y los elementos que la rodean y sincronizan con el actor observante son canales de transmisión de información subjetiva, que da pie a dibujar escenas ficticias alejadas de las tradicionales en estas fechas.
Si la gente no va al arte, el colorido de Ripollés la abordará. Entre luces navideñas y el frío de un invierno recién estrenado, los viandantes de Torrent se han encontrado estos días con unos extraños invitados en la arteria principal de la ciudad. Son figuras de intenso color, fabricadas con materiales combinados (bronce, hierro, resina y cristal) en los que la presencia humana es más que evidente y la concepción optimista de la vida que lo rodea se traduce en el sentido directo y provocador de la obra del artista castellonense. Son visiones optimistas del tiempo que nos toca vivir, alejadas de la crudeza de lo cotidiano y alcanzadas por la sencillez de la propia vida, la misma que conduce indefectiblemente al viandante hacia el arte, la que le enamora, la que le hace pensar sobre la cotidianeidad de la convivencia entre la idea, su plasmación y el color de una interpretación realizada sin las prisas de una galería cerrada.
El artista castellonense juega con la perspectiva en su Universo urbano porque sabe que no hay dos visiones iguales, ni se abordan desde el mismo plano. El oficinista que trabaja en la avenida ve, desde su puesto de trabajo en el primer piso de un edificio, una escultura con unas particularidades diferentes al jubilado que la aborda a pie de calle; el niño que juega a la pelota en la avenida analiza la vida proyectada en esta colección desde el prisma de su inocencia desinteresada, mientras que la persona que apoya las bolsas de la compra en el suelo para deglutir el arte inesperado, lo hace con la ventaja de la facilidad de no tener que cambiar el itinerario habitual para ver arte. Todo un Universo urbano abierto a la experimentación que, como cámara oculta, permite comprobar in situ, en la calle de cada día, las reacciones de quienes nunca habíamos visto rodeados de arte: los ciudadanos sin identidad, anónimos desconocidos que forman parte de un mismo techo.
Marga Ferrer