Viendo el aspecto esquelético de un muchacho de apenas dieciocho años, que durante los últimos tres años de su existencia fue rebajado a la categoría piedra de un desierto, piensas que han pasado miles de años y el hombre sigue en el mismo lugar, los mismos horizontes, las mismas ambiciones, los mismos defectos. El hombre no conoce al hombre.
En la búsqueda compulsiva de riquezas y poder, el hombre se deja en el camino lo más valioso de su equipaje: la honestidad, la generosidad, la bondad, la lealtad
Las personas.
El hombre se mira al espejo y no ve a nadie, solo un mundo derramado de odio y lágrimas y sobre ese campo busca una estrella que ilumine sus pasos. Pero solo aparece una huella de sangre y fuego que abre un paisaje desolador. Olvidaron las personas en este cementerio.
El hombre dispara y mata. Y ordena perseguir a otros hombres que piensan distinto y levantan la voz. El silencio es aliado de estos hombres que no quieren más hombres. Por eso mata, detiene y tortura. La libertad quedó destruida en el último bombardeo en plena primavera.
El hombre vigila su sombra y jamás mira el horizonte. Nunca trazó una curva de estrellas en la noche, tampoco vio acostarse el sol desde la playa, solo cuenta muertos y espera al otro día. Y ha seguido sin conocer al hombre.
José Manuel García-Otero