“Una vez tocas la interpretación, ya no hay vuelta atrás”

El actor Adolfo Fernández es un Juan Palomo del mundo del espectáculo: él se guisa la actuación, la escritura y la producción de sus obras, pero también se come tanto los éxitos como los fracasos que resultan de ellas, aunque admite que el riesgo le pone.

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En la vida del actor Adolfo Fernández se han presentado diferentes momentos de flaqueza en los que la negatividad y la pérdida de fuerzas podrían haberle hecho tirar la toalla en la dedicación a su pasión más fuerte, la actuación. Unos inicios sin apoyos familiares, una inestabilidad económica o una grave enfermedad, superados hoy gracias al esfuerzo y a la autodeterminación que proporciona el ser un hombre multidisciplinar que tanto actúa como dirige, escribe y produce sus propias obras teatrales junto a su compañía.

 

Actualmente hace lo propio con La flaqueza del bolchevique, coproducida junto a David Álvarez y que se basa íntegramente en la novela del periodista y escritor Lorenzo Silva. En ella interpreta a un hombre maduro, pero de corazón juvenil, que vive una vida de yupi que no le gusta y que se engancha de una adolescente (Susana Abaitua), con mente de mujer, en una relación amable que se aleja de lo obsceno.

 

Diriges y protagonizas la adaptación teatral de La flaqueza del bolchevique. ¿Se hace más sencillo interpretar un papel en teatro cuando llevas la batuta de mando?

Normalmente me suelo negar a dirigir cuando interpreto, pero en este caso acepté codirigir con David Álvarez, que era el que mejor podía adaptar la obra de Lorenzo Silva y que, además, tiene un concepto enorme del espectáculo y ha sabido estructurar muy bien la historia. Sabíamos lo que queríamos e íbamos en concordancia ambos. Aunque prefiero que me dirijan, ya que soy un actor disciplinado, que sigue bien las pautas del director.

 

¿Ha habido implicación por parte de Lorenzo Silva en la adaptación teatral?

Lorenzo ha formado parte del equipo, pero sin intervenir en la adaptación. Estaba muy satisfecho desde que leyó el primer arreglo teatral. De todos modos, hemos sido muy fieles a la novela, a su sustancia y muy respetuosos con las palabras de Lorenzo. Solo tuvimos que modificar alguna situación que vivían los personajes, que en cine se podría haber representado muy bien, pero que en teatro requiere de un juego dramático para idear algo similar.

 

¿Cómo consigues provocar que el público se inquiete con una obra a priori casi cómica?

Ese es uno de los grandes valores del espectáculo, que tiene sorpresa al final, por eso es tragicomedia. Juega con el espectador para que se divierta con el protagonista, ese pirata de estos tiempos, ese ácrata/yupi, que tiene una visión tan particular, irónica e incisiva de la realidad y de sí mismo. El público se lo pasa en grande, luego se enternece con la relación imposible de los dos personajes, un hombre bastante mayor y una cría, y se les da el giro con la sorpresa trágica final. Es un espectáculo amable, porque el protagonista es noble, nunca entra en la parte oscura del final de Lolita de Nabokov. Sabe parar a tiempo para no hacer daño.

 

Aun así, no debe ser fácil sacar adelante una trama tan delicada en los tiempos que corren como la relación entre un hombre mayor y una adolescente, ¿verdad?

El teatro es riesgo y nosotros siempre elegimos como compañía historias que tiene una cierta enjundia y sustancia, eso es lo que nos pone. Además, va dirigido a un público que busca este tipo de relaciones. Por otro lado, ni ella es tan niña ni él es tan adulto. Ella se siente incómoda en ese mundo adolescente, es mucho más mujer que todo eso, mientras que él desprecia el mundo de corbatas y poses en el que se encuentra, es más crío. Eso es lo que le gusta al uno del otro y el público entiende desde el principio que entre ellos saltan chispas y que pueden acabar colisionando o fundiéndose el uno con el otro en el sexo o en una relación vital. Al final los personajes se redimen de acabar en una situación obscena y ‘pederástica’ y se quedan solo con la fascinación mutua que sienten.

 

¿Qué te llevó a decidir ser actor?

Imagínate hace 58 años en Bilbao: un tipo que saca buenas notas y que va para economista y que, sin dejar la carrera, decide ser actor y lo comenta en la familia. Era una cosa rara. Allí los que nos queríamos dedicar a la interpretación éramos cuatro locos. Estaba mal visto socialmente. Nunca se acostumbra la familia a ello hasta que no comienzan a verte en televisión o a comprobar que vives decentemente. Y una vez tocas la interpretación, ya no hay vuelta atrás: has decidido que es tu oficio y que quieres vivir de él. Y es bueno, porque te subes a un escenario para provocar reflexiones, divertir o entristecer. Cuando pasan 30 años te das cuenta de que ya no sabes hacer otra cosa.

 

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Ahora estás en teatro, pero te hemos visto también en cine y en televisión. ¿Qué te aporta cada medio?

Hay que tocar todos los palos, aunque como soy empresario del teatro, me siento más cómodo sobre las tablas, elijo las obras, a mis compañeros de interpretación. El teatro da un poder del que no disfrutas en la televisión. Este medio también tiene lo suyo: mucho riesgo, pero es apasionante. Cada palo que tocas es diferente.

 

¿Cómo se ve la vida y la profesión después de superar un cáncer de boca, instrumento fundamental de todo actor?

Ahora la veo muy bien. Intento seguir haciendo teatro para generar trabajo y ayudar a bajar ese 80% de paro que hay en la profesión, gracias al 21% del IVA, que el nuevo ministro de Cultura pretende bajar, pero no dice cuándo. Los políticos quieren quitar la educación y la cultura porque desean tener tontos que les voten. En cuanto al cáncer, es algo que no se te quita de la cabeza después de una época en la que estaba más allá que acá. De repente te levantas por la mañana, compruebas que tu lengua se mueve correctamente, que tu voz se manifiesta y das gracias a la vida y pasas a nacer un poquito todos los días.

 

¿Y hay otras ‘flaquezas’ recurrentes en la vida del actor?

Sí, nosotros no conocemos lo de cobrar un sueldo al mes, como mucho se hace una temporada en un teatro y ya casi nunca. Esa inseguridad te da momentos de flaqueza muy a menudo, sobre todo, cuando comienzas a ser papá y a pagar colegios y ropa de los niños. Pasas a multiplicar la lucha por vivir de lo tuyo porque hay bocas que alimentar. Tengo la suerte de ser muy versátil: actúo, dirijo, produzco, escribo y acabo haciéndome yo mi trabajo.

 

¿Tienes otros proyectos en mente?

Estoy adaptando con Ángel Solo la obra En la orilla, de Rafael Chirbes, que arrancará en Alicante y que pasará seguidamente por Valencia. Cuenta con siete actores, una escenografía suculenta, una gran inversión económica. Afortunadamente cuento con la colaboración del Centro Dramático Nacional, con la Diputación de Valencia y con el grupo de teatro La Pavana, que conocían muy bien el espectáculo y que se han lanzado a saco a coproducir con nosotros. El proyecto durará un año y no puedo meterme en otras cosas, tengo bastante con esto. Aunque haré un par de cortometrajes y picotearé de alguna serie de televisión seguro.

 

La cuestión es no parar ni un minuto, ¿verdad?

Si hay trabajo, no está contemplado. Es como si le preguntas a un feriante si en un día de sol va a poner la atracción o no. Nosotros, igual.

David Casas

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