Mientras la corrupción se asoma por las esquinas y las calles y avenidas de la ciudad se cubren con caras sonrientes de gente que todos conocemos, esa gente nos da los buenos días con frases sacadas del recetario del hada buena de Caperucita Roja.
Frases que hablan de “mejorar”, de “cambiar”, de “bienestar”, “estamos contigo y tú con nosotros”, y tú, ciudadano, que vienes del banco donde te han tratado como si fueras un perro comido por la sarna, suspiras, miras al cielo y sigues tu camino tratando de recordar esa jaculatoria que sirve para eliminar las ronchas que te dejó aquella tipa del banco que clavó sus ojos de fuego y te llamó pringao sin mover una décima sus labios de arpía bien comida.
Estamos cada día más pobres y nos llaman a rebato para el congreso de las sonrisas. Siempre te están llamando. Para que seamos fieles integrantes de esa legión que nunca cuenta pero forma parte del dibujo, como la arena del desierto o un trozo de hielo en la oscuridad de la Antártida.
Formamos parte de una mayoría silenciosa que siempre se conforma, pasamos una quincena de bombardeo sistemático celebrando promesas de un mundo mejor a partir de un día, el mundo que quieres alcanzar pero, como el Gran Guía Moisés, exhalas el último gramo de aire justo en las puertas de la Tierra Prometida.
Somos receptores de buenas nuevas y promesas tan gastadas que saben a fracaso. Pero seguimos adelante, sorteando tormentas, vadeando emboscadas. En campaña somos pueblo y este pueblo lo resiste todo, incluso la mentira de sus propios hijos. Escuchamos una letanía de palabras de oro y planes de un futuro distinto. Y ves y la calle sigue igual, oliendo a rutina y desprendiendo sombras. Todo lo fijamos a un día. Y ellos también. Ese día tú eres el pueblo y el destino te pertenece. Cámbialo. Esa palabra es tuya.
Foto: Carmen Vela
Óscar Delgado