Alí Hassan quería la camiseta de Bale

Se llamaba Alí Hassan, tenía 16 años, y siempre veía los partidos del Real Madrid en la cafetería enfundado en una amarillenta y gastada camiseta con el 23 de David Beckham, que heredó de su hermano mayor Ibrahim, sargento del ejército, también madridista. Alí era zurdo y llevaba seis meses juntando dinares para comprar una camiseta nueva del Real Madrid, con el 11 en la espalda, la de su ídolo de ahora, Gareth Bale.

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En las noches templadas de la harapienta Balad, cuando el cielo estrellado iluminaba de plata su habitación y la panza del Eufrates, Alí ponía el viejo transistor del abuelo y escuchaba las crónicas deportivas de Radio Bagdad, porque siempre habla del Real Madrid y del Barcelona, aunque sean dos minutos. “Zidane ha vuelto a colocar al equipo arriba y lo hará campeón”, decía a Fátima, que seguía impasible remendando los perniles de un pantalón de su loco hermano, que solo pensaba en dar patadas a cualquier cosa redonda y la castigaba propinándole retahílas de nombres raros de futbolistas de un país tan lejano como España.

 

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Los momentos favoritos de Alí Hassan los compartía con Yalal, su amigo de siempre, pelirrojo y seguidor del Barça. Alí pateaba la pelota con mucha fuerza y Yalal volaba  como las cigüeñas que merodeaban la torre de la mezquita. Luego bajaban al Eúfrates, a pescar albures o buscaban dátiles en las umbrías de los palmerales. Alí Hassan y Yalal, amigos menos en el fútbol, poseían esa capacidad de abstracción que tienen los niños y adolescentes  frente a la guerra. Vivían en su mundo de luces, ovaciones y goles. Eran Bale y Messi. Vivían felices.

 

Y ese día, Alí Hassan sacó su camiseta planchada de Beckham y corrió raudo para pillar un buen sitio en el café de la peña madridrista de Balad, a unas cuantas calles de su casa. Pidió un zumo de piña y comenzó a memorizar la alineación del Real Madrid. Cuando llegó a Modric, un zumbido de fuego le apagó los pensamientos. No llegó a más. Nunca supo el resultado final del equipo de su alma. Murió.

 

Los asesinos fueron unos barbudos del Isis. Las camisetas blancas se tiñeron de rojo. Hubo muchos gritos. Pero nadie cantó gol. El llanto crujió a mitad de la noche. De inmediato varios cañones zumbaron entre las estrellas. La guerra siguió llamando a todos sin mirar atrás ni detener el tiempo. Los bárbaros nunca conocieron a Bale.


@butacondelgarci 

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