Esto de contar historias que yo llamo Periodismo

Cuando yo empecé el largo trayecto de contar historias a la gente, la calle me parecía como un océano de grande. En una semana cubrí la información de dos ahorcados, una redada en las “Tres mil viviendas”, una exposición de pintura, un congreso de cirugía máxilo-facial y una entrevista a un cantante casi de mi misma edad, con más pelo que carne, y que durante el cuestionario no paraba de moverse del sillón y juguetear con el enorme medallón que le colgaba del pecho. Se llamaba “Tijeritas”.

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Yo regresaba a casa muy cansado, pero en mi mollera ya guardaba mil historias paseándose y con el ánimo de volver a la carga al día siguiente. Me mostraba orgulloso de ser periodista. Pobre como una rata, casi sin gasolina para el coche, con dos monedas de cien pesetas en el bolsillo, pero con los ojos encendidos para alumbrar las calles más oscuras y escribir sobre cualquier cosa que cayera en mis manos. Mi director siempre me decía lo mismo: “¿Lo viste? Pues cuéntalo”. 

 

Después me he ido haciendo grande, cambié Sevilla por Madrid, y en la capital del Reino seguí viendo historias, escuchando otros casos, observando cómo las madejas no engordaban con hilos de realidad, sino con carne de intereses ocultos; descubrí, por ejemplo, las artes bajunas de la cámara oculta, los patios de vecinos televisados; que los horteras exhibicionistas se ponían las botas a cambio de contar con pelos y señales las ocultas perversiones de otros ciudadanos, muchas veces por despecho, la mayoría por venganza: todo por dinero. 

 

Detectives baratos y sin escrúpulos viviendo en la barriga de grandes medios a cambio de grandes sueldos. Periodistas que escriben a las órdenes del jefe: si te dicen que el cielo está pintado de rojo y amarillo, ya sabes, mucho rojo y amarillo; si te dicen que te llamas Portela en lugar de Martínez, eres un Portela de toda la vida. Y dices que es derecha tu mano izquierda y que la decencia se parece mucho, una estampita, a la indigencia.

 

Y si le pones una cámara oculta a un director de un periódico para que sirva de escarnio al pueblo, le metes por donde más duele el mismísimo Titanic. Todo a cambio de gloria, una gloria que es pesadilla en los sueños de la gente corriente, que prefiere estar ciega antes que ver con esos ojos que le prestan. 

 

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En España hay gente que no es mucho mejor que Rebekah Brooks, aquella leona inglesa que se creyó Napoleón en esto de sacar partido al negocio del Periodismo. Conozco a muchos como Rebekah Brooks. También hay pequeños miserables provincianos que se creen Gary Cooper y en aras de una verdad que se inventaron, mienten. Desde aquí pido con humildad que remojen sus barbas y se vayan. Que dejen paso a los que sueñan en las facultades, que no molesten.


@butacondelgarci

Javier Montes

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