Falsa cercanía

Por Óscar Delgado

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Para unas cosas, los grandes son pequeños o, al menos, lo aparentan, y los pequeños se hacen grandes gracias a la desidia de quienes creen que todavía son grandes o que por serlo de facto van a devorar al pequeño. Parece un trabalenguas pero, cual banco de peces, se aclarará conforme el espacio en el que se muevan a lo largo del texto sea más amplio y abierto a la reflexión, en este caso, la referente a las nuevas herramientas promocionales que determinadas compañías de discos emplean para aparentar ser cercanas –pequeñas- a sus audiencias/fans (por conveniencia de -grandes- cifras de negocio) olvidándose de lo más importante: la autenticidad, la naturalidad y la verdad en todas las manifestaciones que del artista o de la marca proyectan, no sólo en el mundo real, sino también en el virtual.

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Caballos de Troya revestidos de humildad, cercanía y alegría que después resultan ser de plástico y carecer de corazón, como puede demostrar una lejana, tibia y sorda forma de traducir esos valores al proyectarlos en los comportamientos que lucen en las redes sociales, o con blogueros de gran influencia en el sector a los que desdeñan por culpa de una ignorancia supinamente manifiesta de quiénes son, la misma ignorancia que lucen cuando obvian la existencia de medios de comunicación que, por ser digitales, para ellos no pueden ser cómplices o dignos de su mostrenca, desenmascarada y falsaria estrategia de marketing ‘cara a cara’, como la del político que conviene con cuatro o cinco militantes tomar un café en casa para aparentar cercanía y buen rollo con el electorado, a la vez que después se convierte en un robot sin alma al interactuar en el 2.0.

Mentiras que los ideólogos de alguna que otra gran compañía escenifican en el capítulo musical con ‘grandes pequeñas’ minigiras para que los artistas ‘hablen’ con sus fans más fieles. Precisamente, hace unas semanas asistimos a esa fórmula que practica la nueva y falsa manera de acercarse al público de siempre, a ese que hoy no compra discos, se descarga música a pesar de leyes sindes y trepa entre tema y tema compartido en las redes sociales hacia nuevas formas de escuchar música por obra y gracia de aplicaciones similares a Spotify.

La cita congregaba, bajo invitación previa a la compra del disco del artista, a un grupo reducido de fans (unos cien como mucho) y se basaba en una actuación básica del protagonista, como si fuera en el salón de su casa, endulzada con los ingredientes de un repertorio aparentemente improvisado, una botella de vino que parecía de pego y algún que otro tópico vampiresco convertido en mordisco a la yugular de los que pican el anzuelo.

Luz tenue para alimentar la cercanía, buen rollo del artista cuando deja pasar a más gente aunque no hayan comprado el disco (así se debe de conseguir una empatía favorable, como la que persigue el mismo político de antes cuando se fotografía con un abuelo, con el tendero del mercado municipal o con una abuelita a la que ayuda a cruzar la calle) y recuerdos hablados entre bromas de saldo de tiempos pasados en los que el artista fue pequeño y grande. Tan lejos, tan cerca.

Peces de pecera que son delatados cuando descienden al lado digital de la verdad por las especies salvajes que cohabitan en un hábitat más grande, el de la libertad para escoger sin ser engañados, de devorar sin anzuelos, de gritar por encima de las sombras del Mito de la Caverna. Al agua, patos.

Laura Bellver

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