Por Estefanía G. Asensi
El pasado lunes nos dejó Enrique Morente. O no. Quizás nunca llegue a dejarnos su música, su flamenco innovador y su genialidad como cantaor. Es una de esas personas que por mucho que el destino se empeñe en quitárnosla, no puede; siempre quedará su duende.
Surgen ahora las dudas de si su fallecimiento fue consecuencia de una negligencia médica; habrá que averiguarlo. Pero de momento, los medios de comunicación ya tenemos otro asunto con el que llenar páginas de revistas y programas de televisión, no sin el peligro de caer en la morbosidad. ¡Miedo me da! Y ojalá no sea así.
Sin embargo, la figura de Enrique Morente, aquel cantaor que soñaba La Alhambra, va mucho más allá de lo que se pueda hablar de él a raíz de su muerte. Es más, parece que hay quien le ha descubierto ahora. Toda su trayectoria, dedicada a hacer del flamenco una forma de vida y llevarlo a su máxima expresión, ha propiciado que sus seguidores le hayan querido acompañar en sus últimos momentos.
Desde luego, ahí arriba le aguardan otros tantos genios del cante hondo como Camarón de la Isla o Lola Flores, que no dudarán en arrancarse por bulerías cuando le vean, pues los genios nunca mueren del todo mientras haya alguien que les recuerde.
Poca gente ha olvidado al incomparable Camarón, con quien Morente compartió más de un mano a mano artístico; ni a Lola Flores y otras tantas cantaoras que han dejado su impronta en el mundo del flamenco. Desde luego, Enrique Morente no será uno de esos olvidados, hay granaíno para rato porque su público le seguirá venerando.
El Picasso del flamenco, como se le catalogó tras publicar un trabajo en el que había canciones con textos del pintor malagueño, quiso rendir tributo a Pablo Picasso de esa manera, a lo grande. Y seguro que los futuros cantaores se fijarán en él porque, aunque ya no esté vivo, su trayectoria profesional también ha sido de cante grande.
Estefanía G. Asensi