Por Óscar Delgado, periodista
¿Por qué pensar que una protesta significará algo más allá del rédito que extraigan los supuestos vencedores y vencidos? Medimos todo bajo la medida del todo o del nada, del que se sonroja y se tapa; y del que gana y presume. Cuando reivindicamos nuestros derechos a escondidas, en círculos íntimos, más cercanos a salones de café y bancos de barrio que de los focos y de las miradas sobre las que navega la opinión pública, disparamos balas de fogueo con la misma vocación que la visión reduccionista de ese ganar o perder.
Que nos den la razón o que nos la quiten, eso es lo que importa cuando exponemos nuestros criterios aprehendidos de lo que leemos, escuchamos o sufrimos domésticamente. Pero de acción, nada. ¿De qué sirve quejarse sin focos cuando el bosquejo que queda de nuestro esfuerzo anónimo es un cerco miserable equiparable al que deja una gota de sangre sobre un parqué carcomido? El mismo cerco que Javier Marías describía en Tu rostro mañana , tan difícil de hacer desaparecer cuando se secan las palabras como inútil en su proyección práctica, escondido.
En una situación de crisis, ¿de qué sirve que te organicen una protesta llamada huelga si está recubierta de la misma hojalata que tapa la verdadera realidad que atraviesan a diario los que de verdad tienen motivos para protestar? Los focos delatan que unos, los vencidos, se visten de ganadores; y que otros, los vencedores, son interpretados como los perdedores. De fondo, como en la caverna de Platón, se vislumbran las sombras de los perdidos, de aquellos que protagonizan la realidad cotidiana, y el susurro sostenido de palabras cargadas de razón silenciadas por el tiempo.
Apago el flexo.
Óscar Bornay