Por Óscar Delgado, periodista
La agenda-setting ha apuntado esta semana hacia el debate de los liberados sindicales, sin reparar en el otro perfil de liberados que cobijan las principales fuerzas políticas en cualquier ámbito, desde el más estrictamente local a las más altas esferas gubernamentales. Es una lástima que la cantinela hipnotice, una vez más, a lo que los políticos llaman de forma difusa ciudadano, aquel ente abstracto que emite su voto, o no, cada cuatro años, a escala municipal, regional, estatal y europea. El mismo ciudadano que escribe, lee o imprime las frases que entonan soflamas revestidas de información a favor o en contra de las siglas de turno, coincidentes desde una supuesta independencia con los idearios de los partidos y de las corbatas que aparecen en sus fotografías.
Si algún día se impusiera la cordura, quizá nos daríamos cuenta de que los liberados conviven bajo un techo de color rosa, auspiciados por promesas eternas e internas en disciplinas de partido alejadas del ruidoso mundo real, del que sufre la crisis hasta extremos inimaginables para quienes dictan las leyes que a priori deberían servir para mejorar las condiciones de vida del ¿ciudadano?
Liberados, sin liberar o la espera de estarlo desfilan diariamente por las profundidades de las instancias con capacidad para liberar a sujetos sin alma, centenares de personas sin cualificación que buscan obtener el beneplácito del líder de turno, el mismo que señala después con un sueldo público el nombre de quien le apoyó para ganar a zutano o a fulano en los procesos internos de designación de cabezas visibles.
Liberados, en fin, son aquellos que se cruzan de brazos ante un problema de índole vulgar (de vulgo, de ciudadano, de crisis), unas veces por inoperancia, otras por dejadez de funciones, algunas pocas por equivocaciones sin más repercusión que un cachete en la mejilla bajo un “no se te olvide que te apoyé, no cometas más torpezas”.
Liberarse o no liberarse, esa es la cuestión, pero no la de la gente que mantiene una senda honrada por el tortuoso camino de la normalidad.
Marga Ferrer