Por Óscar Delgado, periodista
No te puedo vender una cerveza, son las 22:01 horas; no hay zumo de naranja, acabo de limpiar la máquina; no te puedo cambiar un billete en esta sucursal a no ser que seas cliente nuestro; te robo 150 euros del banco por internet y me quedo impune; te pongo una multa de 200 euros por aparcar en doble fila; te cobro intereses si eres un emprendedor y quieres aplazar un trimestre; no damos ayudas oficiales porque oficialmente no nos han confirmado que podamos hacerlo; no te atiendo si no es mi mostrador, tendrás que esperar a que mi compañera regrese de comer; te hago esperar 30 minutos al teléfono para decirte que la información que nos solicitas sólo te la podemos enviar por correo ordinario y tardaremos de 15 días a un mes; no tengo pan para ponerte con la tapa pero yo me siento a comer y me sirvo un canasto lleno de trozos de panecillos
Recuerdo una escena de la película Las doce pruebas de Astérix, en la que los dos galos tenían que superar la burocracia del edificio romano de la época para conseguir avanzar en su empresa de convertirse en dioses. De la ficción a la realidad existe un pequeño paso, reducido aún más si cabe en estos tiempos por la ambición de copiar conductas ajenas a la idiosincrasia de la tierra que las hereda hasta tal punto de entorpecer a quienes se les asigna ponerlas en práctica, normalmente menos preparados que los estultos que apuestan por parecerse al vecino sin aprenderse antes sus costumbres.
Es estupendo viajar y encontrar diferencias, o quedarse en tu barrio y analizar las particularidades que la propia evolución de las sociedades y las normas de convivencia permiten disfrutar. Pero es contraproducente burocratizar la vida hasta el extremo de la estupidez y asfixiar el modelo de vida ordinario de la gente. Las frases con las que encabezo este artículo no han sido inventadas, proceden de la vida cotidiana, de la misma de la que he recaudado destellos de realidad en la última semana, ésos que me hacen sonrojar cada vez que los recuerdo y que he querido compartir con vosotros en esta columna sin rumbo.
Óscar Bornay