Por David Barreiro, escritor y periodista
Decía Edgar Allan Poe en La filosofía de la composición que la máxima aspiración del poeta ha de ser la belleza. En palabras del genio de Boston “Beauty is the sole legitimate province of the poem”, es decir, “la belleza es el único y legítimo ámbito del poema”.
Considero que este anhelo ha de extenderse a la novela, al relato, al texto dramático e, incluso, al periodismo. Pero, ¿qué es la belleza? Y, lo que es más importante ¿cómo se consigue en literatura?
Basta acudir al Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua para encontrar la respuesta.
En su primera acepción, el DRAE define belleza como “Propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual. Esta propiedad existe en la naturaleza y en las obras literarias y artísticas.”
¿Es eso cierto? ¿Existe esta propiedad en las obras literarias?
La respuesta es: evidentemente, no. O, al menos, no siempre.
¿Es eso un problema?
La respuesta es; evidentemente, no. O, al menos, no siempre.
Muchas de las novelas, libros de relatos y conjuntos de poemas que se publican hoy en día carecen de belleza bien porque su autor no ha sido capaz de captarla y transmitirla o bien, y esto es lo que debe preocuparnos, porque no ha aspirado a ello, porque no lo considera relevante en su obra.
¿Qué es, entonces, lo que considera relevante?
Cada día, jóvenes y no tan jóvenes escritores acudimos a talleres, cursos, conferencias, congresos, convenciones, seminarios, simposios, cenáculos de todo tipo, en definitiva, para debatir acerca de cuestiones que consideramos esenciales a la hora de escribir, pongamos por caso, una novela. Hablamos del narrador omnisciente o el narrador equisciente, de la estructura, de la voz, de personajes volumétricos, del contrapunto, del fraseo, de la búsqueda del conflicto, del detonante, de los actos, del tiempo
hablamos, en muchas ocasiones, por no estar callados o, como diría Rafael Reig, “porque cualquier excusa es buena con tal de no ponerse a escribir”.
Sin embargo, creo que pasamos por alto en muchas (demasiadas) ocasiones, esa necesidad estética, esa aspiración a la belleza, ese, en palabras de Edgar Allan Poe “sueño de la polilla por la estrella”. Esa avidez de belleza ha de ser entendida, señala el maestro “not a quality, as is supposed, but an effectthey refer, in short, just to that intense and pure elevation of soul”, es decir, “cuando los hombres hablan de belleza no es están realmente refiriendo, tal como suponen, a una cualidad, sino a un efecto”.
Y ese efecto, esa elevación del alma en el lector que señala Poe, solo es posible, en mi opinión, a través del encanto.
¿Qué es el encanto en literatura?
Eso, amigos, lo dejamos para la próxima columna.