De ruta por el concejo de Ponga, a los pies de los Picos de Europa

Nos introducimos en la soledad del bosque de Beleño, dormimos en una cabaña y escalamos Peña Salón

JAVIER MONTES, Asturias. Muchos creen erróneamente que de Cangas de Onís sólo se llega a Covadonga, los lagos Enol y Ercina, los Picos de Europa y Cabrales. Si pasado el puente romano uno gira a la derecha comienza a penetrar en la zona más fantástica que se pueda imaginar. En poco más de treinta minutos al volante por una carretera recién asfaltada alcanzamos San Juan de Beleño, capital del concejo de Ponga. Al fondo quedan las montañas y los hayedos del Cordal de Ponga, las peñas de Ten y Tiatordos, el bosque de Peloño y la sierra de Aves. Merece verse todo esto e impresiona el horizonte nevado de los Picos de Europa.

Cerca de Beleño queda el pueblecito de Taranes, encaramado a una pendiente imposible donde los hombres segaban los prados sujetos por una cuerda a la cintura. Resulta fácil de entender si uno echa a andar y durante una hora cree haberse perdido para siempre por la espesura de las montañas de Ponga. Desde Taranes, por ejemplo, sale la senda que lleva a la aldea perdida y legendaria de Vallemoru, tras muchas vueltas y revueltas a través de majadas solitarias, hayedos, robledos y castañares oscuros y algo amenazantes.
Otras aldeas, como Viego o Viboli, resisten por ahora al despoblamiento y hasta reviven al calor del turismo rural. Se llega por carreteritas de irás-y-no-volverás desde el desfiladero de los Beyos, la garganta cavernosa con la que el Sella marca de un tajo el límite oriental de los Picos de Europa. A su fondo no alcanza el sol, y por algo llaman a su nacedero la Fuente l’Infiernu. El coche deja a los lados precipicios y cascadas, argayos y sendas de rebeco. Y cuando no da más de sí, hay que seguir a pie para acercarse al hayedo más misterioso y más salvajemente hermoso que se pueda uno imaginar: el bosque de Peloño, una manta de naturaleza, cuna de osos, lobos y jabalíes, que llega hasta León. En invierno sólo brillan en la nieve las bayas rojas de los acebales, donde resuena el orugallo.

A un paso, coronando el bosque, está Collada Llomena, a nueve kilómetros de San Juan de Beleño. Escondidas entre hayas y acebos encontramos cabañitas cuidadas con mimo, como sacadas de un cuento. Un lujo propiedad de los amantes de paisajes exquisitos y rincones perdidos. Frente a Collada Llomena, la Peña Salón, que separa el valle de Viego con el de Viboli. Una excursión a pie de dos horas en la que se atraviesa parte del bosque de Peloño. Desde la cima, a 1.237 metros, se divisa majestuosa Peña Santa o el Picu Pierzu.

Sólo unos pocos privilegiados conocen este rincón que hace justicia al lema ‘Asturias paraíso natural’. No es de extrañar que el visitante, al marcharse, piense que ha encontrado el rincón ideal para meditar, reflexionar y, sobre todo, perderse.

Carlos Juan

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