360gradospress conoce la cara más tradicional de Castilla y León con motivo de las fiestas palentinas de San Antolín
G.S., Palencia. La superstición era una de las notas habituales de la Edad Media como remedio al que recurrían los villanos para creer en un futuro mejor, alejado de maldiciones regias y de catástrofes procedentes del campo de batalla. Así, amuletos, pociones, hierbas curativas, ungüentos milagrosos y otros utensilios domésticos de eficacia sospechosa, servían para remediar los miedos de la gente que esperaba a que algún juglar de poca monta se acercara por su aldea a pregonar mentiras de actualidad, rumores y verdades a medias. En la ribera del río Carrión, bajo el puente de Puentecilla, construido en el siglo XII, junto a una explanada verde evocadora de guerras medievales, decenas de vendedores ambulantes procedentes de aquella etapa de la historia, devolvieron a Palencia esta semana al pasado, ciudad que celebró las fiestas en honor a su patrón, San Antolín.
Aún así, en Palencia no haría falta recurrir a disfraces para recrear el sabor de la tradición. Esta ciudad castellana emana historia por cualquiera de sus costados durante todo el año, proyectada cada mes de septiembre con devoción para deleite de sus visitantes. 360gradospress estuvo presente en esta ciudad castellana para conocer la cara más tradicional de Castilla y León con motivo de San Antolín.
Pasear por cualquiera de las calles céntricas de Palencia los días de fiesta significa encontrarse con algún desfile de gigantes y cabezudos acompañado por ruidosas charangas compuestas por gente de todas las edades. . De fondo, el vecino que encabeza la procesión con petardos de un solo pum cada diez minutos para avisar al personal de que Palencia está en fiestas. Los cabezudos buenos, reparten caramelos a los más pequeños; los malos, atizan con la escoba de siempre, la misma que utilizan las brujas para volar.
Los coches volarán en un futuro pero no los clásicos, los mismos que se concentraron en el paseo del Salón para iniciar un recorrido de antaño en el siglo XXI. Maletas de emigrantes, cervezas El León serigrafiadas con pintura blanca y tapón de botella de gaseosa, matrículas sin letra y sin apenas números, gallos y gallinas Un deleite para los más nostálgicos, aunque, como ya se ha dicho, en Palencia siempre es pasado, a pesar de que un cartel anunciara que la TDT “ya está aquí”.
Estuvieron sin pestañear y sin tele los niños que asistieron a los espectáculos callejeros de compañías de teatro y de títeres, triunfadores de épocas en las que la Play o la Wii eran proyectos cerrados bajo llave en mesas de ejecutivos japoneses con ideas. Ellos, sentados; los padres, degustando alguna de las tapas típicas que la ciudad ofrecía en una ruta del tapeo para lucir de viandas: cecina, jijas, queso de la tierra de campos, ibéricos, vino, vermú o cerveza.
Por la tarde, y después de la siesta: toros. En la ciudad no se hablaba de otra cosa del que ya llaman como JT, el CR9 del toreo. Su actuación defraudó, pero no la de los artistas que llenaron los distintos escenarios repartidos por la ciudad: Miguel Ríos y Amaya Montero, entre otros, pusieron la nota musical rompedora de tanto sabor a tradición. Hasta el año que viene, San Antolín.
F.C.