Renato Steinmeyer, un pintor al que le gusta “verse colgado”. Su obra difumina las fronteras de un mapa globalizado
ÓSCAR DELGADO, Ibiza. Más allá de Sant Carles de Peralta, al norte de Ibiza, en lo alto de uno de esos lugares donde el silencio es habitual y las vistas apuntan hacia el Mediterráneo entre pinos, gayombas, romero y enebro, encontramos el estudio de Renato Steinmeyer. De origen alemán, criado en la isla, viajero púber a Bolivia y camarógrafo de una televisión local, ocupa su tiempo libre en la creación de pinturas. Con casi 20 años a sus espaldas como pintor, la producción de Steinmeyer está marcada por un denominador común: la creación de series dependientes entre sí, alimentadas por símbolos y letras que dejan la huella del paso del autor por lugares tan remotos como la Patagonia, Bolivia, Alemania o la propia Ibiza.
En su trayectoria el colorismo ha ido ganando en intensidad conforme ha alcanzado la madurez. De hecho, la última serie de trabajos que hoy expone virtualmente en internet (lamenta la carencia de espacios pictóricos de la isla, más allá de cafés, sucursales bancarias y otros salas efímeras) está marcada por las tonalidades rojizas, azules, negras, ocres y terrestres que evocan el pisar la tierra con los pies en el suelo. No pretende que su obra alcance cuotas de éxito desbordantes, lo que más le satisface es “verse colgado” en los lugares donde menos espera encontrarse. 360gradospress compartió esta semana una sesión de pintura con Steinmeyer en su estudio de Sant Carles de Peralta.
¿Te viene de familia lo de ser pintor o la vocación llegó de repente en algún momento de tu vida?
De alguna forma intervino la educación que recibí. Si vas a museos de pequeño, pues de alguna forma te queda. Y a mí, precisamente, de pequeño no me llevaron a campos de fútbol.
¿Renato Steinmeyer se considera un artista?
Lo de calificar a alguien como artista es muy difícil. Más bien creo que un artista es aquella persona que está continuamente dedicándose a lo suyo y que tiene todo el tiempo del mundo para trabajar.
¿Cómo compatibilizas entonces esa tarea cotidiana de camarógrafo con la de pintor?
Quisiera dedicarle más tiempo del que le dedico a la pintura pero actualmente no puedo. Supongo que llegará el momento. Hay que trabajar para después poder llegar hacer cosas y algo positivo. Por eso no es malo compatibilizar. Hay muchos pintores o escultores que deben dedicarse a lo que les da el pan de cada día. Hombre, lo ideal sería trabajar como profesor de plástica. Tendría mucho tiempo y podría dedicarme a lo mío siempre (risas).
¿Eso significa también que hoy en día es difícil ser pintor y vivir de tu obra?
No, difícil no es. Todo pasa por haberle dedicado mucho tiempo y haber tocado con alguien que te apoye. No hace falta que sepas, o que seas bueno o malo; aparte de ser creativo y trabajar mucho debes tener ese momento en el que alguien diga: “Expón aquí”, que te coja un poco de la mano. Algo, por otra parte, necesario en cualquier profesión.
Dentro de las escuelas o estilos pictóricos, ¿dónde se ubica mejor Renato Steinmeyer?
Pues yo creo que es mi estilo muy mediterráneo, en cuanto a formas, colores y demás. Es difícil de definir.
Un carácter mediterráneo con un sello marcadamente ibicenco. ¿Desde cuándo va ligada tu producción artística a la isla?
Como vivía aquí, en 1993 surgió una primera exposición y desde entonces periódicamente expongo cada dos o tres años. Pero hay otra cosa muy importante y que mucha gente no tiene en cuenta: aunque parezca mentira, no hay lugares donde exponer en Ibiza. Hay cuadros colgados por todos los lados en sitios que se llaman galerías cuando en realidad no lo son. Más bien son restaurantes, cafeterías e incluso pastelerías (risas). Queda muy bonito, está muy bien pero el problema de la isla es que hay muchísima gente pintando, bien o mal, con más o menos éxito, da igual. Y de alguna forma dices que para ser del montón dan ganas de dejarlo. Pero como es algo que llevas dentro, pues lo único que te queda es llevarlo bastante mal. Lo importante es que pasados algunos años puedas reconocer alguna obra tuya, criticarla positivamente y decir algo así como que “vaya, no está mal lo que hice en aquel momento”.
Hablando de momentos, ¿recuerdas qué fue lo primero que pintaste?
No, la verdad es que es muy difícil de decir porque todo el mundo ha pintado algo, sobre todo en la infancia. Cuando alguien dice que lleva pintando toda la vida, no sé hasta qué punto es válido incluir la infancia. Sí te puedo decir cuál fue mi primera propuesta seria de cara al público que, como he señalado antes, fue en el 93.
¿Qué serie expusiste en aquella fecha de tus comienzos?
Comencé con una serie de obras de técnica mixta sobre madera, con colores muy suaves de tonalidades pastel ordenados por una trama o rejilla. De ahí pase a una serie más blanca, muy blanca, midiendo las tonalidades del blanco y, a partir de ahí, después de unos 10 años aproximadamente, llegué a una fase de cuadros muy fuertes de color que reflejan más la madurez.
El haber pasado del blanco al colorismo con esa fuerza que caracteriza a tu actual producción, ¿además de madurez, refleja el estado de ánimo del artista?
No necesariamente. Más maduro, tal vez, porque quizás proyectas o piensas en lo que eras de joven.
¿Y dónde ubicamos en tu obra las presencias externas o sentimentales?
Sin duda, eso forma parte de ese proceso de maduración. Vas madurando, vas asimilando y aprendiendo cosas y vas siendo capaz de más. Pero tanto como existir una influencia directa de una pareja o de mi vida sentimental, más bien no.
Tus raíces son alemanas pero, ¿te consideras un ibicenco 100 por 100?
Ni ibicenco, ni español, porque no lo soy. Isleño, sí, porque he pasado toda mi vida aquí. Mis raíces alemanas no me las puede quitar nadie pero tampoco en mi país se me considera alemán porque estoy viviendo en el extranjero. Hoy en día hay una salida buena, muy de moda ahora por la cercanía de las elecciones, ¿somos europeos, no? (risas).
¿Dónde te llenaría de satisfacción ver uno de tus cuadros expuesto?
En cualquier sitio. Me gusta mucho verme colgado. El otro día tropecé con uno en una oficina bancaria y me dije: “¡Anda!, este lo conozco”. Resulta que expuse para la obra cultural de esa entidad, se quedaron con él y decidieron colgarlo en esa sucursal. Igual que si un día voy a ver a un amigo y de repente me veo. Obviamente, es una satisfacción. Es lo mismo que cuando encuentras una carpeta tuya y descifras cuadros que ya habías olvidado, o ves alguna foto de algún cuadro colgado en un lugar que desconocías.
¿Y dónde tienes colgados actualmente tus cuadros?
Pues de momento no he llegado ni a Nueva York, ni a Japón ni a Amsterdam, evidentemente (risas). Pero sí a Valencia, Madrid, Berlín
alimentando colecciones particulares.
S.C.