Por Carlos Bueno, escritor y periodista
Lo han conseguido. 67 votos frente a 59 han determinado que la Cámara catalana debata la prohibición de las corridas. 67 personas que se parapetan tras el voto secreto se imponen a 20.000 que llenan la Monumental los días de buenas corridas (y muchos más que no entran por otras cuestiones).
¿Cómo podemos confiar en quienes nos gobiernan si se escudan detrás del anonimato? ¿No tenemos derecho a conocer lo que deciden quienes hemos elegido en democracia? Los políticos de la Generalitat de Cataluña han votado la admisión de una Iniciativa Legislativa Popular que firmaron 180.000 personas. ¿Y qué pasa con los más de siete millones de catalanes que no rubricaron el documento? ¿Y con el resto del mundo? Porque las firmas no eran únicamente de ciudadanos catalanes, sino que se recogieron a lo largo y ancho del planeta. De hecho, entre los autógrafos estaba el de Pamela Anderson (que yo sepa no es muy catalana).
Algo falla en nuestro sistema de partidos cuando los representantes de una minoría consiguen poner contra las cuerdas a la mayoría. No es bueno gobernar teniendo que devolver favores a partidos bisagra. Ocho votos han declinado la balanza en contra de los toros en Cataluña, y no sabremos quienes de nuestros representantes han defendido una u otra posición. ¿Por qué tanto secretismo? ¿Por qué una votación secreta? ¿Tienen miedo de que les retiremos nuestro apoyo en las próximas elecciones?
Mientras países como Colombia, Méjico, Francia, y hasta China, defienden la Fiesta de los toros, parte de Cataluña reniega de una tradición tan suya como del resto de España y de otras naciones taurinas. No quieren acordarse de la afición de Lluis Companys, ni de los “corre bous” que datan del siglo XIV, ni de que Barcelona tuvo su primer coso taurino en 1834 y que durante el siglo XX ha dado más festejos que la mismísima plaza de Las Ventas.
El problema ni siquiera es de defensa de los animales, sino de lenguaje. Les molesta el españolismo que desprende eso de que la Fiesta sea Nacional. Sin embargo, no ponen trabas a las subvenciones que llegan desde Madrid, ni a los buenos platos de cigalas y de jamón que se zampan mientras planifican su tauricidio particular, como si los cerdos o el marisco no fuesen animalitos de Dios.
¡Qué ejemplo nos acaban de dar algunos políticos franceses! Más de un centenar de diputados y senadores galos, incluido el Presidente de la Diputación de Pyrénées Orientales -la “Cataluña francesa”- pidieron a sus compañeros catalanes que votasen contra la ILP antitaurina. Y mientras ellos lo hacían a cara descubierta, los nuestros se escondían tras un secretismo fariseo y cobarde.
Marga Ferrer