Entre barriles de espumeante cerveza

Refresca las gargantas desde tiempos inmemorables y es el zumo de cereales más popular entre los adultos. La cerveza va más allá de una bebida y, de hecho, ha generado toda una cultura que ahora descubrimos de la mano de un bodeguero que representa la tercera generación de una familia volcada en su divulgación.

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Juan Muñoz Rodríguez vivía en Jumilla (Murcia) y se habría dedicado al cuidado de tierras de no ser porque decidió cambiar su destino. El calendario marcaba el año 1909 cuando Juan dejó una nota en la que explicaba los motivos por los que volaba del nido: “Quiero que mi vida transcurra entre barriles de espumeante cerveza”. En aquel entonces no podía saberlo todavía, pero Juan descorchó en ese momento la historia de una saga familiar, que ya va por la tercera generación, dedicada a la cultura de una de las bebidas más populares de todos los tiempos.

Carlos Muñoz, nieto de Juan, recuerda cómo recogió el testigo de su padre entre siete mil botellines, que son los que caben en su bodega Río Mundo en Torrent (Valencia), de 42 metros cuadrados. Maneja más de 550 marcas de cerveza diferentes y conoce los entresijos de cada una de ellas con pasmosa religiosidad. Sabe de su composición, fermentación, presentación y degustación. Carlos reconoce que no puede elegir una de entre todo el abanico espumoso disponible, pero destaca la Orval, “que es impresionante”, la Gouden Draak, la Chimay Azul, la Westvleteren y las tipo Trappist. Una de estas últimas, por cierto, le costó conseguirla la friolera de dieciocho años. “Según los importadores, soy uno de los primeros en traerla a España”, comenta Carlos. No le resulta tarea sencilla seleccionar a la primera novia de entre tantas amantes porque eso también “depende del momento, de la compañía y de la comida”.

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Este bodeguero está totalmente convencido de que     “no existe mejor bebida que la cerveza para maridar casi el cien por cien de todos los alimentos”, pues “es una acompañante perfecta para cualquier plato. Incluso marida con postres”. Eso sí, atendiendo al menú, marchará una u otra cerveza, porque la variedad de sabores es inmensa. Las hay rubias, tostadas, afrutadas, de chocolate, de miel, de cereza… La lista es tan larga que sobraría papel para forrar el pequeño rincón cervecero de Carlos Muñoz. De hecho, dada la variedad existente, Carlos se muestra escéptico cuando alguien le asegura que no es amigo de esta bebida. “El 90 por ciento de la gente que dice que no le gusta apunta al amargor. Pero la cerveza es dulce. El lúpulo forma parte de la cerveza desde hace setecientos años, pero desde hace otros cien ya no amargan… o amargan lo mínimo. ¡Desde Mesopotamia beben cerveza más bien dulce!”, indica Carlos, quien añade que, “precisamente ese pequeño amargor es lo que engancha”. De acuerdo con sus palabras, “hay lúpulos que amargan muy, muy poco; y otros que amargan exageradamente… Los más baratos son estos últimos”. Y regala una anécdota: “En la Edad Media, para poner el precio a las cervezas, los jueces, que vestían pantalón de cuero para la ocasión, se sentaban en un banco que había sido rociado previamente con cerveza. Cuanta mayor adherencia entre el pantalón y el banco, más cara era la cerveza, porque quería decir que tenía más azúcar”.

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Pero, curiosamente, y en contra de la extendida creencia, ni las dulces ni las amargas: ninguna cerveza es la responsable de la curva de la felicidad. “El lúpulo es un antioxidante. Lo que engorda es el pincho que nos llevamos a la boca y que te pide el cuerpo cuando tomamos una cervecita”, mantiene Carlos Muñoz, a quien le gusta cuidar todos los detalles. “Es fundamental servir cada cerveza en el vaso apropiado. Cuanto la fermentación sea más alta, más ancha debe ser la boca del vaso, porque el aire no le hará ni cosquillas”. Tampoco es un asunto baladí el tipo de cristal del botellín que la contiene.

Lo que no mira con lupa son los países a la hora de importar cerveza, pues se centra en la calidad del caldo. Es curioso, como mínimo, que de los treinta y seis años que lleva dedicándose a la cultura cervecera, durante más de dos décadas no ofreciera ninguna marca española. Ahora, sí. Todo ese tiempo da para mucho, aunque es su abuelo Juan y no él quien pudo contar que vació una botella de champagne en el vestido de la reina Victoria Eugenia y ante su marido, Alfonso XIII, en la época en la que Juan Muñoz fue metre del Hotel Ritz de Barcelona. “A mi abuelo casi le da un infarto y fue la reina quien le consoló”, comenta Carlos entre risas sinceras. Desde luego, parece que no hay mejor manera de brindar que con un sentimiento de felicidad maridado con el grito de ¡Salud!

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