Ryszard Kapuściński
Ryszard Kapuściński y Artur Querioz son encañolados por guerrilleros del MPLA

Buceando en los miedos de Kapuściński

Claudio Moreno
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A mediados del siglo XX, África explotó. Y Ryszard Kapuściński estaba allí para contarlo. El célebre periodista polaco vivió los últimos días de Angola como colonia portuguesa en 1975 y la terrible guerra civil que sucedió a la descolonización; una historia tremenda narrada en el libro ‘Un día más con vida’, cuyo título describe el horizonte vital de Kapuściński y de la propia Angola en aquel entonces: cada día vivido era una victoria.

Hoy, ese relato de sangre, esperanza y compromiso periodístico se ha convertido en una película de animación. Tras diez años de proyecto compartido entre productoras de España, Polonia, Alemania, Bélgica y Hungría; los directores Raúl de la Fuente y Damian Nenow por fin han conseguido estrenar en pantalla grande la versión animada del primer libro de Kapuściński, su texto favorito y también el más personal.

La película –actualmente en cartelera– ofrece un retrato preciso de lo que significa ser reportero en un lugar de conflicto, con el punto de imprudencia que la labor exige. ¿Era Kapuściński un periodista temerario? “Seguramente sí, hace falta un punto de temeridad para el oficio de reportero en conflicto. Igual que a los demás nos cuesta entender por qué un alpinista se juega la vida para coronar una montaña; creo que hay cierta adicción al riesgo en este tipo de trabajos”, opina Amaia Remírez, guionista y coproductora de la película.

Fotograma de Kapuściński y la guerrillera Carlota
Fotograma de Kapuściński y la guerrillera Carlota

Más allá del riesgo físico asumido, ‘Un día más con vida’ profundiza en dos conflictos claros: por un lado, la guerra civil abierta entre los movimientos-partido de MPLA y UNITA, uno de ideología comunista y el otro de carácter conservador. La guerra fue adquiriendo tal magnitud que terminó por romper las fronteras angoleñas y saltó al tablero internacional, sumando en el proceso a los actores de la Guerra Fría y su tensión acumulada durante 30 años.

Por otro lado, la cinta aborda el conflicto interno al que se enfrenta el propio Ryszard Kapuściński al decidir si participa o no en esa guerra. Si toma partido. “Dudó si permanecer objetivo como marca el código deontológico del periodista o involucrarse sabiendo que su papel y la información de la que disponía podía cambiar el curso de un país y de todas las personas a las que él había conocido. En la película da su respuesta, que es la de cruzar la línea al no informar sobre ciertos movimientos”, resume Amaia Remírez.

“Uno de los protagonistas de la película argumenta que si los acontecimientos de aquellos días hubieran sido diferentes y la CIA hubiera sabido de antemano que Cuba se estaba preparando para intervenir –mediante las informaciones de Kapuściński–, podrían haber perdido aquella batalla y, quizás, el apartheid se hubiera extendido a todo el Cono Sur de África. Cuántos conflictos así vivirán los periodistas día a día”, se pregunta Amaia Remírez.

Esa duda lanzada al aire es la base emocional sobre la que se levanta ‘Un día más con vida’, una película que funciona como relato histórico pero también, y sobre todo, como disección de los miedos y turbaciones que atenazaron al Kapuściński de la etapa angoleña. Los miedos son la razón principal de que la película esté diseñada en formato de animación.

“Planteamos una película de animación porque imaginamos ésta como un campo ilimitado de creación, una herramienta que nos permite hacer secuencias oníricas con las que entrar en su psique. La animación nos permitía representar la manera en la que él veía la ciudad de Luanda transformándose mientras los colonos marchaban; o los ataques de memoria y ensoñaciones provocados por aquella guerra”, explica la productora. “Todo eso lo vimos claramente en la animación, y también vimos que queríamos reconstruir su figura a través de las personas que estuvieron con él”.

Amaia Remírez en una localización de rodaje
Amaia Remírez en una localización del rodaje

Las personas que le conocieron en el conflicto fueron, principalmente, periodistas, guerrilleros y víctimas potenciales. A las últimas accedió empleando un principio irrenunciable: Kapuściński consideraba que no se debía escribir una sola línea sobre gente de la que no se hubiese vivido una mínima parte de sus vidas. En cuanto a los periodistas y guerrilleros, estos conforman otro de los atractivos de la cinta, pues la animación se complementa con entrevistas a los protagonistas de la guerra civil angoleña y archivos reales de personas que murieron en ella, como la guerrillera Carlota. Esas personas poblaron las pesadillas de Kapuściński.

Pero no solo eso: esas personas ahora quedan grabadas en el subconsciente del espectador. “En aquellos espacios a los que acudimos, la gente nos abraza a la salida; descubre la historia y se emociona. Una mujer de 60 que nunca había visto un largo de animación, se le acercó a Raúl de la Fuente –el director– y le dio las gracias porque no sabía que podía disfrutar de esta clase de películas”, cuenta Remírez. “En otros casos sí que está siendo difícil romper la barrera de pereza que provoca el formato. No obstante, hay que destacar que es una película tan humana que a veces olvidas que es de animación”.

En efecto, es humana en cuanto a que explora las crudezas subjetivas de una guerra, el daño físico y emocional, la tristeza de perder a personas apreciadas. Por encima de las cifras, los balances macroeconómicos y los lugares comunes propios del periodismo bélico, Kapuściński tuvo el arrojo de meterse hasta las rodillas en el conflicto angoleño y enfrentarse a sus propios miedos armado únicamente con un bolígrafo y una libreta de anillas.

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