Rostros de El Carmen

Los residentes del casco antiguo de Valencia, una ‘gran familia’ agarrada a la historia

ÓSCAR DELGADO, Valencia. Emprender un paseo por El Carmen, hablar con sus vecinos, con visitantes esporádicos, turistas, gorrillas, artesanos, viandantes, ciclistas, significa sumergirse en un espacio multicultural, alternativo y tradicional que permite desenmascarar uno de los principales encantos de Valencia, el de un barrio remozado a cámara lenta. 360gradospress.com ha recorrido sus rincones para charlar con la gente de El Carmen, rostros de vida plasmada en experiencias que acumulan hojas de calendario en el día a día de unas calles que nunca duermen.

Lyes Gharbi es argelino, lleva 14 años aparcando coches en el barrio. Desde hace unos meses trabaja menos porque las plazas de aparcamiento se han reducido. La rehabilitación de algunas fincas, el adoquinado de las calles y la colocación de pivotes en las aceras le han limitado su zona de actuación. Aún así, reconoce que recauda entre 30 y 40 euros al día, “lo suficiente para pagar la pensión y comer”, dinero procedente también de lo que le dan algunos comercios de la zona por “ayudarles a poner la terraza, aunque no todos me dan dinero, algunos me invitan a un bocadillo o a una cerveza”. Cuando no puede pagar la pensión cuenta con la ayuda de un tunecino amigo suyo que le da cobijo. “Está casado con una española y viven aquí en El Carmen, a veces me ponen un colchón en su casa y duermo a gusto”, explica.

Mientras hablábamos con Gharbi, Amparo, que vive en el barrio desde hace 40 años, nos interrumpió para saludarle y para contarnos más cosas del lugar. Está triste porque han derruido una barraca “muy valenciana y muy bonita” que acogía hasta hace unos días el casal fallero de la comisión San Miguel-Plaza Vicente Iborra. A Amparo le gusta El Carmen, aunque piensa que “deberían poner más tiendas, pero no de ropa, que hay muchas” y recuerda con nostalgia que “antes éste era un barrio artesano, había bordadores, carpinteros, torneros, panaderos y hasta una fábrica de cachirulos”. Es envidiada por algunas de sus amigas que viven en el extrarradio de la ciudad o en otros barrios y, a la vez, “muchos familiares y conocidos me dicen que cómo puedo vivir aquí, que como en Xirivella o en Catarroja no se vive en ningún sitio y yo les digo que tengo todo a mano, el Mercado Central, la plaza de la Vírgen, las Torres de Serrano y las de Quart…”.

Una historia de amor
El corro de la conversación se amplió con Mario y su mujer, Gloria. Ambos viven desde pequeños en el barrio. “Nací en la calle Baja, de pequeño ya jugaba en este solar, en el de la barraca derrumbada. Vivía en el bajo del número 11 y Gloria en el quinto piso del número 13. Desde allí me espiaba hasta que un día coincidimos y desde entonces no nos hemos separado”, una historia de amor que Mario recuerda con la misma nostalgia con la que lamenta que “hoy ya no se puedan hacer las cosas que hacíamos antes, cuando cenábamos en la calle y dejábamos las puertas abiertas”. Aún así, la pareja no se ha movido del barrio, después de haber sufrido, incluso, la riada del 57 con el agua por la cintura y de haber cambiado de casa.

Negocios con solera
Bajamos por la calle Bolsería hasta la calle Carda. Allí, en el número 15, encontramos a Ramón, quien regenta un taller de reparación de ollas a presión y cafeteras. Se jubila el próximo mes de enero después de haber estado dedicado a su oficio desde 1963. Asegura contar con una clientela fiel, “en su mayoría señoras, aunque también viene de vez en cuando algún jubilado con tiempo”. Según Ramón, el siglo XXI y la sociedad del reciclaje no le han afectado, “sigue siendo mucho más caro comprarse una olla a presión nueva que repararla”, algo por lo que cobra desde 3 hasta 40 ó 50 euros. Está convencido de que el negocio le funcionaría igual o mejor en otras zonas de la ciudad, “aunque El Carmen tiene el encanto de la gente y de haber vivido muchos años en la calle Moret, y eso se pega”.

Cuatro años más lleva abierto el taller de reparación de instrumentos musicales que en 1959 Enrique Martínez abrió en la calle de Fos, donde sigue hoy con la seguridad de que continuará en manos de sus hijos, fieles aprendices de una habilidad por la que suspiran desde todos los puntos de España, “hasta de Canarias nos llegan encargos”. De El Carmen se queda “con la tranquilidad actual, conseguida después de haber aguantado muchos años de ‘follón’”. No tendrá la misma suerte en un futuro Carmen Palomares, propietaria junto a su hermana de la frutería que abrió su madre a finales de los años 40 y de la que sus herederos no se encargarán porque se han dedicado a otros menesteres. “Es un barrio antiguo en el que vivimos como una gran familia, nos conocemos todos desde hace muchos años”, sin embargo, Carmen se queja de algunas cuestiones, como la de la falta de aparcamiento, “que nos está haciendo polvo, ahora como ya no hay sitios donde dejar el coche clientes que venían ya no les hemos vuelto a ver y eso nos perjudica”.

Turistas y temporeros
Martin Terras es belga. Tanto a él como a su familia les costó encontrar en el barrio la belleza que buscaban. “Hay pocos monumentos, nos quedamos con la temperatura, el sol y la mezcla entre lo antiguo y lo moderno”, explicó Martin, quien era la primera vez que visitaba la capital del Turia. Bien distinto es el motivo por el que Amad está en El Carmen, Senegalés de nacimiento, lleva 7 años en el barrio, donde reside mientras espera como temporero la llamada de las sucesivas campañas de recogida de naranjas. Se considera “una persona feliz, me gusta vivir aquí, por eso llevo tanto tiempo, si no me gustara ya me hubiera ido”.

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