Pisadas leonesas

Una joven argentina cruza el charco para conocer sus raíces en una pequeña localidad de la provincia de León. Aunque parezca la sinopsis de una evocadora película actual, se trata del último viaje que desde 360 Grados Press hemos realizado por tierras castellanas para acompañar a una risueña marplatense que ha vibrado por saber más sobre la tierra que vio nacer a sus abuelos paternos.

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Lo único que sabía Luz cuando llegó a España, recién llegada de Argentina, era que sus abuelos se llamaban Maximino Luis Fernández, nacido en 1895, y que partió de su pueblo natal, Canales, localidad de la provincia de León, con 18 años, en 1913, junto a sus padres y a su hermana Esperanza. Mientras que su abuela, Josefa García, que nació en 1904, se marchó del mismo lugar con su familia en 1916, a los 13 años, en un barco que se hundió durante la vuelta a nuestro país. Más de 180.000 españoles emigraron también en esa misma década al país sudamericano para encontrar la vida más próspera que se prometía desde allí.

 

En la ciudad de Mar del Plata, en el sudeste de la provincia de Buenos Aires, Maximino y Josefa se conocieron, se enamoraron, se casaron en la Catedral Basílica de los Santos Pedro y Cecilia en 1926 y se instalaron en la ciudad agrícola y ganadera de San José de Balcarce. Allí trabajaron (él) como comisionista y (ella) cosiendo para diferentes casas y comenzaron a tejer una familia que se compondría hasta la actualidad de siete hijos, 17 nietos, 27 biznietos y tres tataranietos.

 

Luz no llegó a conocerles, ya que murieron años antes de su nacimiento, pero sentía la imperiosa necesidad de encontrarse frente a frente con sus raíces (las paternas; las maternas son italianas), beber la misma agua con la que apagaban la sed sus ancestros y, tal vez, conocer más sobre sus orígenes.

 

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Con este objetivo y con una maleta cargada de ilusiones partió junto a dos amigos desde València en un recorrido sobre cuatro ruedas que le fuera adentrando poco a poco en tierras castellanas con parada turística y contempladora en varias de sus ciudades con destino final marcado: la localidad leonesa de Canales.

 

El primer alto en el camino lo hicieron en Salamanca, ciudad bañada por el río Tormes, por la que pasaron los pueblos vacceos, vetones, romanos, visigodos y musulmanes, y que sorprende por su prestigiosa universidad, la institución de enseñanza superior más antigua de la España cristiana, que este año cumple 800 años, y por su riqueza cultural y arquitectónica. Los tres visitantes se detuvieron en su imponente catedral, la segunda más grande de España, construida entre los siglos XVI y XVIII y que, por tanto, bebe del gótico tardío, el renacentismo y el barroco. Y tampoco pudieron perder la oportunidad de ser los primeros en encontrar la icónica rana tallada sobre la portada de la institución universitaria para recibir suerte.

 

También pasaron por Ávila, la capital de provincia más alta de España, donde su bien conservada muralla de estilo románico les asombró, así como su casco antiguo, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1985, y la Catedral del Salvador y la Basílica de San Vicente. Una jornada que se vio endulzada por el ‘éxtasis’ de sabor de las yemas de Santa Teresa, souvenir por excelencia de la ciudad, de la mano de Flor de Castilla, la primera pastelería que comenzó a comercializarlas con este nombre a mediados del siglo XIX.

 

Por su parte, en Burgos, Luz y sus amigos fueron privilegiados conocedores (por no desencaminarse de la senda de la gula gastronómica) del deleite que suele provocar la archiconocida morcilla, ya documentada en el año 1400, en sus comensales ‘vírgenes’ de bocado. Suerte también la de poder adentrarse en su catedral de Santa María, cuya construcción comenzó en el siglo XIII, tras sustituir a la iglesia románica que la precedió, y que está considerada como una de las obras cumbre del gótico español. Se embelesaron en su interior, sobre todo, con la Capilla del Condestable, de estilo gótico isabelino; la sillería del coro, obra renacentista plateresca de Vigarry, y con la escalera dorada de Diego de Siloé.

 

El trayecto en coche también les permitió dar un garbeo por debajo del majestuoso acueducto romano de Segovia, del siglo II d.C., con perplejidad por parte, principalmente, de Luz, que no pudo entender cómo podía ser capaz que semejante construcción se mantuviera en pie con sus sillares de granito asentados sin argamasa entre ellos.

 

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Pero la joven Luz seguía con su fijación puesta en la llegada final a la tierra de sus antepasados. Por ello, tras un paseo pausado por la ciudad de León para disfrutar de fotografiar la catedral gótica de Santa María, la Basílica románica de San Isidoro y la Casa Botines, obra neogótica de Antonio Gaudí, por fin, alcanzó su meta: caminar por Canales, una localidad de menos de 500 habitantes, cuyo terreno lo fertilizan las aguas del río Luna a 1000 metros de altitud.

 

Y sin tener que recolectar ninguna pesquisa, ‘se obró el milagro’, curiosamente, al encontrarse junto a la iglesia de San Adriano, de la que surgieron algunos parroquianos, que solicitaron ayuda a los visitantes para desplazar una de las principales imágenes en la víspera de la procesión de Domingo de Ramos por el pueblo.

 

Gracias a ello, Luz tuvo la posibilidad de comentar su búsqueda y rápidamente varios de sus habitantes se movilizaron para encontrar alguna conexión actual o familiar con los pocos datos que la joven pudo aportar sobre sus abuelos. Unos le hablaron sobre la cantidad de emigrantes que partieron desde Canales hacia Cuba o Argentina durante el siglo XX. Otros sobre la existencia de una paisana en Mar del Plata que podría ayudarle a conocer más sobre los primeros años de sus antecesores en el pueblo antes de cruzar el charco.

 

Poco pudo descubrir Luz sobre el paradero de familiares directos que siguieran en el pueblo (aunque continúa en contacto con sus vecinos para seguir la investigación en la distancia) o sobre personas que hubieran tenido un mínimo recuerdo sobre su historia (más allá de la posible ubicación de sus casas, de las que ya no quedaban restos). Pero la experiencia y el viaje habían merecido la pena. Y mientras le saltaban lágrimas de emoción pudo recorrer las posibles pisadas que, tal vez, algún día dejaran sus abuelos sobre la tierra húmeda, sin apenas conocerse, y guardar en su memoria un recuerdo del que jamás permitirá olvidarse.

David Casas

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