El hombre que perdió su nombre

Antes de mirar la oscuridad del abismo quiero que abras los ojos y veas que el cielo sigue cuajado de estrellas. Verás que no hay nada más hermoso que un racimo de sonrisas sinceras, o un manantial de caricias que brotan desde esa fuente que muchos no quieren conocer y llamamos corazón.

También sabrás que no hay nada más absurdo que negarlo: nos gusta comer pipas desde el centro de un alambre sin más red que un par de golondrinas buscando el quicio fresco de una ventana. Pero, sobre todo, mírate y verás a un hombre que perdió su nombre en el camino.

Hoy la calle es un rio de lava y papeles inservibles, un bosque de piernas y pensamientos rotos, un semillero de pólvora molida a punto de estallar. Caminamos sin saber que el horizonte se quedó sin dibujar y las esquinas se convirtieron en nido de francotiradores.

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No vuelvas la vista atrás, que el infierno nos mira y las campanas no suenan. Deja que la luz se abrace a las cortinas y los perros ladren su miedo; no hay soledad más desesperada que la de una multitud sin brújula. Ahora es el camino de los ciegos, la hora de los que gritan, el momento de los que duermen ajenos al tiempo.

En este lugar sombrío siempre hay una llave para los abrazos y palabras sin contaminar. No mires a la negritud del abismo y escucha lo que te dice el alma. Ahí la tienes, si despertar todavía.

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@butacondelgarci

David Casas

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