En mi país

Vivimos en un país tan disparatado que puede que un día el sol amanezca en otra parte. Hablar con el vecino se ha convertido en una cuestión de estado, si es que el estado es algo serio. Hablar en esta tierra sí cuesta dinero, aunque escuchar es algo que murió de un estacazo. La ley solo mira a una parte y apenas mira; solo es un espejo roto que cuelga en una pared desconocida.

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No tengo pasaporte porque no quiero pertenecer a un país que pone alambradas y cierra las puertas a la sonrisa. En mi país, las personas se dan la mano y sonríen cuando te reconocen. Mi país no tiene nombre, solo corazones que vuelan alto más allá de las cadenas.

 

Mi país no necesita letreros ni cédulas de identificación. Solo te pide que mires el mar y dibujes las sirenas que quieras conocer.

 

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Mi país respeta a los viejos y juega con los niños, porque los viejos y los niños forman la historia que estamos escribiendo. Mi país no tiene ejércitos ni aguerridos policías, tampoco cuenta con una cohorte de fiscales que buscan el delito en la jungla de frases de cartón y uniformes planchados. En mi país, la calle es una feria con las ventanas abiertas y los abrazos más fuertes.

 

Mi país no es el que los políticos quieren que sea, sino el que pide la gente. Un país donde hablar no sea una aventura, el silencio escuche mejor que nadie y la palabra camine libre y no muera fusilada.


@butacondelgarci

José Manuel García-Otero

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