Boludos y pelotudos en pie de guerra

Una seña de identidad tan arraigada (con desaprobación por parte de muchos) entre el pueblo argentino como es la utilización de las palabras ‘boludo’ y ‘pelotudo’ de manera habitual en su vocabulario tiene un origen bélico muy desconocido para los países con los que comparten lengua.

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Las palabras ‘boludo’ y ‘pelotudo’ son muy comunes en el vocabulario de la mayoría de personas en Argentina. Los que ya alcanzamos la tercera edad no las usamos, excepto en el caso de las clases menos escolarizadas, donde lo hacen todos. Y esto se debe al sentido que adquieren y a la finalidad con la que se utilizan. Siempre se trata de un insulto, pero se puede pronunciar en tono de odio hacia alguien, de sorpresa ante una buena noticia, de hermandad con una amistad o de perplejidad ante una injusticia. Serían equivalentes al ‘tonto’, ‘idiota’ o al afamado ‘gilipollas’ de ustedes. Por eso los más viejitos no las decimos, porque son realmente vulgares al oído, se digan en el contexto que se digan; no tienen nada que ver con su origen“.

 

Escuchar a Norma Setién es una delicia. La profesora argentina de Historia y de Folklore, ya jubilada, rezuma sabiduría y conocimiento en cada palabra y pasión y energía en cada golpe de voz. Y no puede evitar colocar sus codos sobre la mesa y entrelazar los dedos de sus manos, como lo hacía algunos años atrás en clase delante de ‘sus’ niños para hablar (ahora a través de Skype en un ordenador portátil) sobre uno de sus temas favoritos, la proveniencia de dos de las palabras más pronunciadas (para bien y para mal) por los argentinos, y que más les identifica, como señaló el poeta Juan Gelman: ‘boludo’ y ‘pelotudo’.

 

La propia Real Academia Española las define como persona “lerda, parsimoniosa, irresponsable“, “que tiene pocas luces o que obra como si las tuviera” o “que ha llegado a la adolescencia o a la juventud” y como cosa “de gran tamaño“. Pero el origen (o la teoría más extendida sobre él) al que se refiere Setién es bélico, de hecho.

 

Este se sitúa en los inicios de las Guerras de la Independencia Argentina, cuando los gauchos, como se denominaba a los primeros mestizos colonos y nativos, luchaban contra el ejército español.

 

El poderío de la maquinaria de guerra con disciplina de las mejores academias militares españolas, armas de fuego, artillería, corazas, caballería y acero toledano se enfrentaba a guerreros de calzoncillo cribado (un pantalón de lino hasta el tobillo con borlas en las puntillas) y botas de potro (con piel de pata de caballo) con los dedos al aire, que solo tenían para defenderse ‘pelotas’ (piedras grandes con un surco por donde ataban un tiento, una tira de cuero hecha con la panza de la vaca) y facones (cuchillos largos a los que amarraban una caña tacuara como improvisada lanza precaria).

 

Como mucho algún trabuco naranjero o alguna arma larga desarticulada era blandida por estos gauchos, que se servían de una técnica con la que conseguían plantarles cara a los españoles. Los mestizos formaban en tres filas: la primera era la de los ‘pelotudos’, que portaban sus piedras grandes; la segunda la de los ‘lanceros’, que llevaban facones y tacuaras, y la tercera la integraban los ‘boludos’, con sus bolas y sus boleadoras (con las que las tiraban).

 

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Cuando el ejército español cargaba con su caballería, los ‘pelotudos’ esperaban con pie firme y sacudían a los caballos en el pecho con sus rudimentarias armas. De esta manera, los animales se desplomaban y desmontaban a los jinetes, con lo que se provocaba la caída de los soldados que venían detrás. Este era el momento de los ‘lanceros’, que aprovechaban la situación y pinchaban a los derribados, que eran rematados a base de bolas por los ‘boludos’.

 

Más tarde, en la década de los noventa del siglo XIX, un miembro de los Diputados de la Nación exclamó que no había que ser “tan pelotudos“, en referencia a que no era necesario ir al frente para hacerse matar.

 

De esta manera, la palabra ‘pelotudo’ adquirió con los años esa doble acepción como persona ‘aguerrida’ y ‘estúpida’, a la que el imaginario colectivo incorporó ‘boludo’ para su vocabulario habitual en referencia al hombre al que sus genitales grandes (bolas) le impedían moverse con facilidad.

 

Y en las dos últimas décadas, los jóvenes pasaron a utilizarlas en cualquier situación de enfado o de alegría e, incluso, como muletilla en cualquier tipo de frase, con lo que “muchos argentinos las pronuncian sin recordar su historia y sin pensar ya en por qué las dicen“, concluye Setién. Aunque ya sea una seña de identidad del pueblo argentino, esperemos que no sé dé una familiaridad tan arraigada (cada dos o tres palabras, como sucede allí) con términos como ‘imbécil’ o ‘idiota’. Por el bien de la lengua.


@casas_castro

David Casas

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