La avería de este mundo

Me hubiera reído si el fondo de la cuestión no encerrase un almacén con toneladas de sangre y tragedia. Pero confieso mi asombro ante la tragicómica visión de la detención de los tres yihadistas en Madrid, tres tíos en chanclas, bata blanca hasta los tobillos y casco de motorista. Más que andar maquinando métodos de muerte, parecían tres guiñapos participantes de una fiesta carnavalera.

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Uno los ve y cuesta trabajo pensar que esos petimetres cagones buscaban activar un botón que destrozara la vida de un centenar de personas. Porque no se equivoquen, apuesto que alguno de ellos, ya esposado, se habrá hecho pipí dentro mismo del furgón policial. A esos valientes que invocan a un Dios justiciero y con infinita mala leche, el miedo se les mete en sus esfínteres y sueltan por los bajos de las batas sus diarreicas ideas.

 

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Esa gente tan enferma ha aumentado a niveles preocupantes la paranoia. Porque puedes ir un día por la calle más hermosa de tu ciudad y, de repente, ver un tráiler desbocado como un toro loco que te embestirá con malos ojos. Porque otro día, otros tipos con pinta de estudiantes que nunca vieron un libro pueden acercarse a ti con cuchillos jamoneros creyendo que tú, vegetariano reciente, eres una paletilla de la sierra de Aracena o un solomillo de Ávila. Porque ellos no ven, no sienten, no padecen, simplemente matan en nombre de los nombres, y se fulminan para ir, tontos de ellos, a una bacanal de vírgenes servidoras. El mundo está así, irremediablemente averiado. Y Trump y un califa llaman a la puerta para arreglar la avería. No abras, por favor.


@butacondelgarci

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