La belleza de la imperfección

Ningún japonés quiso nunca definir el wabi-sabi, aunque desde la introducción de este concepto, que viaja entre lo filosófico, lo espiritual y lo artístico, en el mundo occidental muchos estudiosos se afanaron por etiquetarlo con esa idea tan romántica de la contradicción que supone encontrar belleza en un objeto o en un paisaje que, a priori, nos puede parecer irregular, desastroso o decadente.

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Alrededor, ninguna planta en flor

ningún destello de las hojas de arce,

únicamente una solitaria choza de pescador

en la orilla a media luz

de este principio de otoño.

 

Ningún japonés ha querido nunca definirlo, ni explicar en qué consiste. Tal vez sea porque ni siquiera aparece en los libros ni ha sido transmitido intelectualmente por los profesores. A pesar de ello, el wabi-sabi se refleja a la perfección en las palabras que escribió en el siglo XII el poeta nipón Fujiwara no Teika.

 

A lo largo de la historia su comprensión racional ha sido silenciada. Desde los primeros sacerdotes y monjes que practicaban el budismo Zen, impregnados de su mentalidad, el wabi-sabi se ha transmitido únicamente de pensamiento a pensamiento, no desde la palabra escrita o hablada, cuyas interpretaciones erróneas siempre se pueden prestar a malentendidos, según ellos. Así se ha conseguido empapar a este concepto de cualidades misteriosas y elusivas que lo hacen todavía más atractivo. “Un fin en sí mismo, que nunca puede llegar a captarse del todo“, como lo valoran Paula Fernández y Álex González, estudiosos de la cultura japonesa.

 

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Se le ha denominado en ocasiones ‘el Zen de las cosas’, por esa referencia continua a su carácter espiritual aplicado a los objetos, a los paisajes, a las caras, a los edificios. También a los elementos artísticos, pero desde su cara menos agraciada. Una porción del pastel filosófico que ha empezado a interesar recientemente en algunas escuelas de arte occidentales.

 

La belleza de la imperfección. Una definición para un concepto sin definición en la zona geográfica que más se afana por tildar cada movimiento, cada tendencia, cada colectivo. Pero que supone una idea bastante romántica de la contradicción (lo bello puede ser feo, erróneo o equivocado). “En el mundo del arte va unido a la ‘restauración’ de los objetos a través de la reintegración de los elementos rotos uniéndolos por medio del oro. De esta manera, en lugar de ocultar el desperfecto, como se hace con las técnicas occidentales, se dignifica esta imperfección como sentido del paso del tiempo“, indica Nuria Ramón, profesora de Historia del Arte en la Universitat Politècnica de València.

 

Arte irregular que demuestra la capacidad que puede tener su supuesta falta de belleza para captar la atención del espectador. “Para la cultura japonesa es muy importante la armonía con la naturaleza y la paz interior, aspectos que los occidentales empezamos a incorporar en estos últimos años a nuestra forma de ver la vida, aunque estemos todavía a años luz“, valora Ramón. Y a pesar de que de momento se conozca más su potencial estilístico.

 

El arte de lo modesto y decadente

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El wabi-sabi es al arte japonés lo que el hombre de Vitrubio y su perfección era a los ideales griegos impregnados en nuestra cultura occidental en su condición más opuesta. “No se encuentra en momentos de eclosión y de exuberancia de la naturaleza, sino en momentos de asentamiento y principio, en lo modesto, lo rústico, lo decadente. No trata de flores maravillosas, árboles majestuosos o escarpados paisajes. Es lo intrascendente y lo oculto, lo provisional y lo efímero; cosas tan sutiles y evanescentes que resultan invisibles para la mirada ordinaria“, explican Fernández y González.

 

La belleza del wabi-sabi es, en cierto sentido, el hecho de aceptar lo que se considera feo. Son expresiones del tiempo congelado, hechas de materiales que son visiblemente vulnerables a los efectos del tiempo y del trato humano. Capturan el sol, el viento, la lluvia, el calor y el frío en un lenguaje de decoloración, óxido, deslustre, manchas, torsión, contracción, marchitamiento y grietas.

 

Elementos que interactúan desde el contacto directo y que no se encierran en un museo. “Debe estar como si no estuviera; más bien, debería ser descubierto accidentalmente. Sentimientos que proceden de la pobreza y de la carencia, pero que tienen también una cierta cualidad que los conduce a un elevado éxtasis estético“, concluyen los estudiosos de la cultura japonesa.

Óscar Delgado

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