Les Luthiers en los altares

Hoy me ha llovido una alegría: Les Luthiers han recibido un premio. No importa qué premio, uno: se han acordado de una gente que saca de sus bolsillos, tal vez del alma, un puñado de sonrisas que suelen repartir por el mundo desde hace cincuenta años. ¿Quién no le da un premio a una gente que endulza millones de corazones? Un altar le pondría yo si fuera menester.

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“Los hambrientos lobos aullando estremecen cuando son mordidos por fieros mosquitos”, dice una de las celebradas letras de este grupo argentino, que no cantó como Gardel, que no compuso como Atahualpa, que no tocó como Cerati, pero que cantó, escribió y tocó de tal manera que dibujamos garabatos en las nubes y nunca nos caemos.

 

“Ella (la condesa de Froistat) lo conectó a Mastropiero (el maestro Johann Sebastian Mastropiero) con el agregado cultural de la embajada de la República de Banania…” Y la voz grave, funeraria y punzante como un bisturí, de Marcos Mundstock se desliza por el teatro con la profundidad de un torpedo, directa y negra como los pantalones de su smoking. Estos tipos cuentan el chiste con una seriedad tan hilarantemente demoledora, que colocan el humor dos peldaños por encima de cualquier cátedra.

 

 

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Así son Les Luthiers, los caballeros del humor en un mundo donde el ácido y el miedo reinan armados con misiles de largo alcance y los negocios se cierran con firmas llenas de sangre.

 

Que sigan ahí, en los altares y preñados de premios, Les Luthiers, caballeros andantes con acento de tango, minas cargadas de ingenio y energía blanca de luna llena. Por los siglos de los siglos, maestro Mastropiero…


@butacondelgarci

Foto: Marga Ferrer

José Manuel García-Otero

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