1917: Italianos en busca de una vida mejor

Argentina se ha nutrido fuertemente de migrantes europeos desde hace siglo y medio. Sobre todo, de italianos, que ayudaron a hacer prosperar zonas que hoy son reclamo turístico y que tienen un importante mercado ganadero y agrícola de exportación como Buenos Aires y Mar del Plata. Esta semana 360 Grados Press teje algunas de las décadas más importantes de la recepción de viajeros mediterráneos a través del zurcido de una historia de amor y de superación.

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Luisa Moreschi y Francisco Nebbia partieron desde el mismo pueblo, Robbio, perteneciente a la provincia de Pavía, al suroeste de la Lombardía, en el norte de Italia. En barco, pero sin conocerse. Él había estado, durante la Primera Guerra Mundial (en la que murieron sus seis hermanos varones), en el frente italiano como parte del cuerpo de infantería Bersaglieri, que se encargaba de la exploración, mensajería y transporte de heridos. Y la falta de recursos económicos que se vivía en el país durante el azote de la contienda (en su enfrentamiento a Alemania y Austria junto a la Triple Entente) le había conducido en 1917 a realizar una travesía agotadora de cerca de 40 días, casi hacinado y con pocos alimentos, hasta Argentina.

 

Ella era joven, muy joven. Con tan solo 14 años viajó a Buenos Aires en ese mismo buque junto a sus padres, que habían tenido una buena situación económica, pero que lo perdieron todo por la guerra. Pronto pasó de niña a mujer al conocer a Francisco en la zona que les acogió con posterioridad, Bahía Blanca, a través de unos amigos y casarse con él a los pocos meses, ya con 14 y medio. Una edad para la que hoy nos echaríamos las manos a la cabeza, pero que contó en aquella época con el beneplácito de ambas familias (la de él, su madre y su hermana, viajó por ultramar poco tiempo después que el joven por el efecto llamada).

 

Esta es solo una de tantas historias, una de tantas familias que se forjaron en la necesidad de emigrar desde Europa hasta América a finales de los años 10 del siglo pasado en busca de una vida mejor. La guerra había sido tan nefasta para los civiles y sus propiedades como acostumbran a ser los conflictos de esta magnitud que involucran a toda una sociedad (y que se multiplicaría en la segunda, la de Hitler y Mussolini), sin desearlo.

 

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Una situación a la que se sumó la deficiente acción estratégica del Estado, cuya política proteccionista permitió la supervivencia de numerosas industrias ineficientes que debieron ser sostenidas por el sector agrícola. Ello produjo fuertes incrementos en los precios de los consumos básicos, especialmente los alimentos, y colocó en situación límite de extrema necesidad a muchas personas, que ya venían de la pérdida de ahorros tras el cierre de diversos bancos importantes como consecuencia de graves maniobras fraudulentas en ellos. Todo ello contribuyó a que 500.000 italianos, en su mayoría campesinos, el estrato social más afectado, emigraran entre 1914 y 1918.

 

Más de 260.000 lo hicieron desde 1915 hasta 1919 a Argentina, que solo en los primeros 15 años del siglo XX ya había recibido a más de un millón de italianos, el 9,4% de ellos procedentes de Lombardía, la región de origen de Luisa y de Francisco. Así, el país europeo proveyó de inmigrantes de manera muy sustancial al americano (casi la mitad de las personas que llegaron entre 1857 y 1926 eran de Italia), que les recibió con ganas, ya que las últimas décadas se había dedicado a multiplicar sus industrias ganadera y agrícola para exportar al mercado del viejo continente y necesitaba mano de obra para trabajar en ellas y personas que poblaran las amplias llanuras.

 

Algunos migrantes fueron ‘golondrina’, ya que aprovecharon la diferencia estacional de ambos hemisferios para trabajar en la temporada agrícola austral y volver después a su país de origen, pero otros muchos establecieron su hogar en Argentina y se quedaron. De hecho, hoy por hoy esta colonización supuso que el 50% de la población del país descienda de Italia.

 

Mar del Plata, principal receptora de italianos

Luisa y Francisco pronto se trasladaron de Buenos Aires a Bahía Blanca, en la región pampeana de la misma provincia, aunque las ansias de prosperidad y de mejora para ellos y para sus hijos les llevaron a mudarse a finales de los años 30, cuando el benjamín, Emilio, hubo nacido, a Mar del Plata, al suroeste bonaerense. La ciudad había nacido tan solo unas décadas atrás cuando José Coelho de Meyrelles, cónsul de Portugal, compró estas tierras en 1856 para instalar un saladero.

 

Los primeros italianos ya habían llegado a esta zona austral como pescadores, que realizaban la captura primitiva con redes improvisadas y dieron la voz entre sus compatriotas en otras partes de Argentina para que probaran a empezar una nueva vida allí, los cuales se fueron adaptando a otros sectores laborales como el de la construcción, que creaba mucho empleo. Mar del Plata se había convertido en pocos años en foco del turismo aristocrático y burgués, gracias a la inauguración del mítico Bristol Hotel en 1888, que le confirió a la ciudad un dinamismo singular.

 

Y su población se multiplicó por diez en poco más de tres décadas, entre 1881 y 1914, aunque la aceleración más fuerte de crecimiento se produjo entre 1938 y 1947, con el desplazamiento de migrados como Luisa y Francisco desde zonas rurales y la nueva afluencia de europeos después de la Segunda Guerra Mundial, que tuvo a Mar del Plata como principal receptora.

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Una estratificación de clases muy estricta

Durante las primeras oleadas de italianos que llegaron a finales del siglo XIX y principios del XX, estos eran aceptados, junto con los españoles, por los nativos con generosidad, aunque también se dieron casos de rechazo debido a cuestiones de posición social. A la aristocracia natural de Mar del Plata, que se sentía confortable con el ambiente turístico de la zona, le chirriaba la presencia de los pescadores italianos y de sus familias. Una estratificación de clases muy estricta, a la que se sumaba la lucha entre veraneantes y residentes por la apropiación de espacios, que derivó en la salida de muchos de estos trabajadores de Mar del Plata.

 

Aun así, gracias a esta ciudad y a muchas otras argentinas, los migrantes italianos consiguieron mejorar su situación económica trabajando arduamente y ahorrando con tesón. Muchos accedieron a la vivienda propia y a unas condiciones más óptimas de las que tenían en su tierra natal, aunque no al nivel de las expectativas que se habían marcado.

 

No fue el caso de nuestros protagonistas, que consiguieron adaptarse y establecerse en la provincia bonaerense y hacer crecer una familia durante cuatro generaciones. Una pareja que se crio en la misma tierra sin conocerse, que viajó durante más de un mes en el mismo barco sin toparse, pero que finalmente se encontró a miles de kilómetros, hablando el mismo idioma y con un objetivo común: la prosperidad y el sueño de una mejor vida.


@casas_castro

Inma Gabarda

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