Fascinación

Hubo un tiempo en que las lavadoras entraron en casa como un extraterrestre simpático que consiguió convocar un nuevo concepto de reunión familiar frente al giro revolucionario que significó aparcar el jabón lagarto y los lavaderos públicos.

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Castañas asadas, mesa camilla, cartas de Heraclio Fournier y café de puchero aderezaron ratos delante de aquel electrodoméstico que lavaba solo, sin que nadie se dejara los riñones en la tarea de eliminación de las manchas más difíciles.
 
Hoy el 98 por ciento de los hogares tiene lavadora y ya no son el centro del hogar, más bien quedan defenestradas a galerías de reducido tamaño, a patios preventivos o a pasillos oscuros.  Pero los más veteranos recuerdan con una sonrisa sesgada la fascinación que supuso el desembarco de este electrodoméstico en el hogar.
 
Las novedades siempre aparejan un periodo de fascinación, el de la probatura, el de la excitación de poseer algo de moda, el de la concatenación con otras personas del entorno que también acceden a ellas, el de la puesta en común de pareceres en torno a eso que les hace distintos, el de qué dicen de mí por ser el primero en probar lo más novedoso, el de gritar cuando sólo escuchan tres locos que, como ellos, han accedido a ser conejillos de indias de un producto en fase de pruebas o, como se dice hoy, en fase beta.
 
Fenómenos que alimentan tendencias sociológicas y hábitos que representan exclusividades que dejan de serlo cuando se generaliza su uso. Desde ese momento, se convierten en productos, herramientas o servicios de disfrute masivo y pierden la magia de la fascinación, la misma que produce ser otro distinto al que no conoce las bondades de lo nuevo, de lo diferente, de lo tecnológicamente inaccesible para quienes se suben al carro de lo cotidiano sin preocuparse por lo reciente.
 
La manifestación digital de las relaciones sociales también queda marcada por ese deje tradicional, pero bajo una representación más voraz y expuesta a la caducidad, más impaciente, más egocéntrica, más egoísta… Desde hace un tiempo, los seres humanos en las redes sociales son reflejo del mundo ordinario, ése en el que no gusta estar a quienes prueban por delante del resto el sabor del futuro. Por eso se inventan nuevos reductos, nuevas formas de ser distintos, nuevos caminos para consolidar su apariencia de gurús. Defectos y virtudes manoseadas por las manos que todo lo queman. Rastrojo que se coloca debajo de la fascinación y que arde hasta hacerla desaparecer.
 
PD: este post se lava a mano, aunque no es táctil.


@os_delgado

Patricia Moratalla

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