Vivir es no vivir

Vivimos tan deprisa que nunca vemos nada. Suena el despertador, la cafetera te llama, la tostada se quema, la mantequilla se niega a someterse al cuchillo, las noticias de la mañana dicen que el mundo no ha dormido (los muertos se amontonan, Donald Trump escupe odio y fuego, se anuncian huelgas, manifestaciones, recortes sanitarios, de educación, de libertades, procesos…), y hoy nadie se pintará de azul; apagas el televisor con una evidencia palpable: el corazón corre más rápido que el reloj. El agua está fría, la ducha te pregunta y repasas mil cosas por hacer entre pompas de jabón como crucigramas que no descifrarás. Un dedo asoma la punta por el calcetín, te vistes, los zapatos huelen a betún seco y a barro de la última lluvia.

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Cierras la puerta de la casa y el reloj te aprieta más que el nudo de la corbata. La noche parpadea a tu espalda y frente a ti una banda anaranjada choca de bruces con tu futuro inmediato, con tu presente patoso, con tu pasado lleno de mocos. Dicen que el sol saldrá en cinco minutos, me lo recuerda el último coche que no respetó el paso de cebra y el rugido del autobús que recoge a niños tan dormidos que parecen perdices disecadas de un salón. Trina un jilguero, vuela un gorrión, dos tórtolas hacen ballet por encima de los áticos, una sirena de bomberos avisa de un desastre que va vestido de hollín y lágrimas.

 

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Llegas a la oficina y extiendes sobre la mesa mil cuestiones que quedaron ensartadas en el último congreso. Miras alrededor y observas una docena de mundos en color uniforme: la cruda realidad que nunca cambia, un campo lleno de cristales, rostros que escupen aburrimiento y leche caducada, frases encadenadas de reproches y cobardía, protocolo tan burdo que hiere las entrañas, padres y madres de familia ensartados como sardinas en espeto, un jefe que habla en nombre de un dios que nunca tiene rostro y un reloj que no dice la hora presidiendo la rutina.

 

Sales, respiras lo que queda, cierras los ojos y quieres ver el mar allá a lo lejos. El sol está a punto de acostarse, ya no cantan los pájaros, suena la música, viene el metro, sale gente del vagón, entra más gente. No quieres mirar a ninguna parte porque nada te interesa. Todos somos hijos de la misma máquina. Seguimos deprisa, no vemos nada. Vivimos o eso dicen que hacemos.


@butacondelgarci

Foto: Carmen Vela

José Manuel García-Otero

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