Una naturaleza efímera que surcó el desierto

Hace cerca de un año que una falla se alzó en mitad del desierto de Nevada, gracias a dos entusiasmados y ansiosos de retos valencianos y a un festival de naturaleza también fugaz, el Burning Man. Estos días ha vuelto a casa, a la ciudad del Turia, y todo aquel que lo desee puede admirarla en un lugar idóneo, por la temática de la obra: el claustro gótico del Centre del Carme.

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Imaginaos que recibís una llamada de un paisano que vive en San Francisco y que, de alguna manera, os sugiere la posibilidad de conectar un evento físicamente tan lejano de nuestro país como el festival Burning Man de Nevada y una fiesta cada año más multitudinaria como las Fallas de Valencia (sobre todo, desde que en diciembre fueron declaradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO). Seguramente tan ilusionados y, al mismo tiempo, dudosos de su puesta en marcha como el arquitecto Miguel Arraiz.

 

Aunque, curiosamente, estos dos eventos están más unidos de lo que sin previo conocimiento se puede creer. La nomenclatura de la cita estadounidense de siete días proviene del ritual sabático que se lleva a cabo y que consiste en la quema durante una de las noches de una estatua gigante con forma de hombre hecha de madera, que se acompaña de juegos artificiales y explosiones, al estilo de la ‘cremà’ de la ciudad del Turia, aunque suponga un acto mucho más solemne (va dedicado a todas las personas fallecidas). Además, la localidad en la que se celebra, Black Rock City, es tan efímera como el propio festival, ya que no es realmente un municipio ni tiene gobierno y solo existe durante la semana del Burning Man.

 

Y con todas las ganas del mundo y las posibles dificultades (in situ) valoradas, Arraiz y el artista fallero David Moreno se fueron el pasado verano a Nevada y se llevaron consigo, nada más y nada menos, que una falla que sirviera como puente entre ambas culturas. Algo que no fue fácilmente cumplible. “La logística del montaje tenía lo suyo: llevar la obra hasta el desierto, cruzando el canal de Panamá. Además, tuvimos que estar 21 días allí bajo condiciones climáticas que variaban diariamente entre los 40 grados y algunos bajo cero, tormentas de arena y una eléctrica que, junto a los fuertes vientos, llegó incluso a destrozar parte del campamento base que habíamos montado previo al evento, con una fuerza tal que volcó uno de los andamios“, relata el arquitecto.

 

Por otro lado, a la hora de diseñar con anterioridad el monumento, el proyecto tenía algunos condicionantes, especialmente relacionados con la ubicación, ya que la organización del Burning Man pedía una falla que pudiese llegar a aguantar vientos de 160 km/hora y que fuese escalable, ya que su esencia primordial radica en que el arte pueda ser totalmente interactivo y que los participantes tengan la posibilidad de relacionarse con cada pieza en el desierto. Además, debía estar construida con materiales combustibles, en este caso cartón y madera, aunque finalmente no pudo ser quemada debido a la problemática medioambiental y de seguridad (las pavesas habrían ensuciado el desierto, que tiene que quedar siempre totalmente limpio, o podría haber dañado la zona de acampada) que supuso esa semana.

 

Un monumento presidido por la esencia de la Lonja

‘Renaixement’ (‘Renacimiento’) es el nombre de esta falla que no pudo verse envuelta en llamas como debió en su día y que se ideó como una transmisora de valores: el del trabajo en comunidad, que se ve reflejado en el mosaico del suelo del monumento elaborado por más de 200 falleros de la localidad de Torrent (Valencia); la artesanía y la tradición que aportan las 130 máscaras hechas junto al gremio de artistas falleros recuperadas de moldes antiguos, y la innovación.

 

Cada parte de la obra tiene también su propio significado metafórico trasladado al espectador con mimo y esmero: la máscara es “la apariencia, el elemento que utilizamos para ocultar quienes somos o para crear una apariencia distinta que anhelamos; tras ella, un espacio vacío, virgen, un lienzo en blanco en el que poder compartir y generar imbuidos en el espíritu del festival“, explica Arraiz y valora la falla como un lugar de encuentro presidido por la misma frase que recorre la sala de contratación de la Lonja:

 

Casa famosa soy, en quince años construida. Compatricios, comprobad y ved qué bueno es el comercio que no lleva el fraude en la palabra, que jura al prójimo y no le engaña, que no da su dinero con usura. El mercader que así haga rebosará de riquezas y después gozará de la vida eterna

 

Un contenido, a su vez, crítico que “reproduce en menor escala el propio microcosmos que genera la celebración del Burning Man, regida por la economía del regalo y la protección del evento ante cualquier intento de mercantilización, invitando a abandonar cualquier prejuicio a la entrada del desierto“, comenta el cocreador de ‘Renaixement’, y añade: “representa la necesidad de actuar respetando unos principios y unas convicciones basadas en el bien común, en el bienestar de los demás y en la prosperidad personal sin que esta suponga un engaño o una trampa para los demás. Una superación personal, cultural y asociativa que supere la lucha de egos, que tenga su principal eje en la creación artística, que construya y que aporte para el desarrollo global de una fiesta con tanto potencial. Por encima de personalismos, gestos políticos o ambiciones particulares“.

 

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Arquitectura y Fallas unidas por la pasión

Y muchos os preguntaréis, ¿qué hace un arquitecto embebido por el mundo de la Falla, donde todo es efímero, característica opuesta a la necesidad de estabilidad y de durabilidad de toda construcción arquitectónica? Él responde con toda claridad: se debe a su amor por esta festividad. “He sido fallero toda la vida y mi hija nació un 19 de marzo (día de la ‘cremà’); ese año decidí alzar una falla infantil por su primer cumpleaños, un inicio totalmente casual y fortuito que me ha llevado hasta aquí, ya que una vez colocas una pieza en la calle y la quemas es difícil desengancharse del gusanillo que te recorre por dentro“, reconoce Arraiz.

 

Por otro lado, el arquitecto valenciano opina que lo importante a la hora de construir estas obras de elevado tamaño es “contar una historia, hacer una crítica, relatar algo. Ya importa menos el lenguaje con el que se haga“. En su caso, utiliza la arquitectura y trabajar a escala urbana es parte de su ADN como arquitecto, según indica.

 

¿Se podrá quemar finalmente?

Pero el cometido final de toda falla es arder y ‘Renaixement’ no podía ser menos, a pesar de que el retorno a Valencia y la búsqueda de ubicación no ha sido nada fácil. Por suerte, el Centre del Carme de la ciudad del Turia y su director, José Luis Pérez Pons, han hecho posible que la falla tenga un lugar (su claustro gótico) en el que ser visitada y admirada a su vuelta a casa. Y para que termine su ciclo y pueda ser quemada habrá que esperar hasta el próximo otoño y una nueva localización (posiblemente Torrent), ya que, por cuestiones patrimoniales y de seguridad, no es viable que se lleve a cabo en el punto actual.

 

De todos modos, disfrutar de ella es, al fin, una realidad y todo aquel que se pase en marzo por la tierra de las Fallas tendrá la oportunidad de hacerlo antes de que la chispa prenda la mecha de su, no tan, fugaz existencia.

David Casas

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