Siracusa y Taormina, naturaleza y arquitectura clásica a poca distancia

Dos ciudades que capturan la mirada y que endulzan el corazón. Dos formas de conocer la historia y los vestigios artísticos de Sicilia. Dos lugares imposibles de olvidar.

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¿Alguna vez habéis viajado a una isla? Desde pequeño he tenido una relación de amor-odio con ellas. Por un lado, me fascinaba el pensar en trasladarme a alguna en barco o en avión, como únicos medios posibles para acceder a un territorio flanqueado por las olas del mar.

 

Y, por otro, justamente eso, el mar. Por muy grande que pueda llegar a ser la ínsula, te sientes cada vez más enano a medida que te imaginas en un lugar del que no podrías salir por tu propio pie en caso de un terremoto (sería complicado caminando igualmente) o de la erupción de un volcán.

 

Como el Etna, majestuosa abertura de montaña que sitia la costa este de Sicilia, entre las provincias de Mesina y Catania; la más alta en activo de la placa euroasiática, con más de 3.300 metros.

 

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Y cuando el miedo a estos dos fenómenos naturales coincide en el tiempo por diferentes circunstancias, el odio gana al amor por un momento. Como habréis podido deducir, viajé a Sicilia a finales de agosto. El volcán no ‘erupcionó’ y yo que me alegré, y eso que tan solo cuatro años atrás se había sucedido una emisión de lava que, junto a una lluvia de cenizas, provocó varios problemas en el aeropuerto de Catania.

 

Pero sí que hubo de lo primero, un terremoto. Y eso que, con su magnitud 6 en la escala de Richter, el movimiento sísmico que ha sacudido el centro de Italia, especialmente los municipios de Norcia, solo supuso un mínimo temblor en la costa este siciliana. Aun así, el escalofrío de haber podido sufrir lo que otros miles de personas sí en la península era inevitable.

 

A pesar de ello, también hubo tiempo en Sicilia para el Dr. Jekyll de mi relación con las islas: el amor, lo bello, lo impresionante. Que de eso también hay allí. Y mucho.

 

Tuve la oportunidad de disfrutar de dos de los pueblos más encantadores al tiempo que decadentes y encantadores de toda la isla: Siracusa y Taormina.

 

Aunque suene a ciudad estadounidense de películas hollywoodienses, antes de ello, Siracusa ya era la segunda colonia griega establecida en la isla después de Naxos. Consagrada a Artemisa, diosa helena de la caza, este territorio fue testigo del nacimiento y muerte de uno de los grandes matemáticos de todos los tiempos, Arquímedes.

 

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Cuenta con algunos de los elementos turísticos más emblemáticos de Sicilia como la necrópolis rocosa de Pantalica, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2005; el teatro, cuya cávea es una de las más grandes construidas por los antiguos griegos; el anfiteatro romano, de época imperial; la plaza de Arquímedes, que destaca por su bonita fuente llena de sirenas y plantas de papiro, y la catedral, edificio dórico construido por el obispo Zosimo en el siglo VII sobre el gran Templo de Atenea (siglo V a. C.).

 

Por su parte, en Taormina, centro turístico de relevancia desde el siglo XIX, reside el encanto de la naturaleza más acogedora del monte Tauro. Vistas de ensueño frente al mar y con una colección de monumentos históricos de lo más envidiable. Las más interesantes: el Duomo del siglo XII d. C., el Teatro Griego del III a. C. y el Palazzo Corvaja del siglo X d. C.

 

En esta encantadora ciudad de calles empedradas y pequeñas tiendecitas de cuento, puedes hacerte fácilmente con el queso con pimienta, típico de Sicilia, las especias más variadas para pastas y pizzas y una auténtica delicia gastronómica, las galletas de almendra.

 

Pero hay algo más dulce todavía que este rico tentempié: los recuerdos que te dejan grabados en la mente estas dos ciudades y que te obligan a pensar en la próxima visita.


@casas_castro

David Casas

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