Guadalest: muchas fotos, poco gasto

Tiene más plazas de aparcamiento que habitantes. Más tiendas de souvenirs que establecimientos de alimentación. Nueve museos en 16 kilómetros cuadrados. Al interior del pueblo no pueden acceder coches y sus calles son recorridas a diario por miles de turistas. El Castell de Guadalest, más conocido como Guadalest, presume de ser uno de los pueblos más visitados de Alicante.

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Apenas residen trescientos vecinos que desde esta atalaya situada a poco más de sesenta kilómetros de la capital tienen unas vistas únicas al mar Mediterráneo gracias a estar ubicado en lo alto de un valle, a casi seiscientos metros de altitud rodeado por las sierras de Xorté, Serella y Aitana. Un lugar tan bello como en su día remoto y estratégico.

 

El pueblo guarda una historia que se remonta al siglo XI cuando los musulmanes construyeron allí una fortaleza hoy perfectamente conservada a pesar de los terremotos e incendios que fue soportando a lo largo del tiempo. Desde 1974 Guadalest ostenta el título de conjunto Histórico-Artístico, en 1980 recibió la placa de Bronce al Mérito Turístico y en 1981 el tercer premio de los nacionales de Turismo, al Embellecimiento y Mejora de los pueblos de España, etiquetas que animaron a muchos touroperadores a incluirlo entre sus programas de viaje disparando así el número de turistas que lo visitan año a año.[Img #24194]

 

Al mismo tiempo que la popularidad de Guadalest fue en aumento comenzaron a proliferar comercios y restaurantes, quienes ahora lamentan que la oferta del ‘todo incluido’, tan de moda en hoteles de la comarca de la Marina Baja, ha vaciado sus negocios. Llegan en autobús, recorren el pueblo y se van. Muchas fotos y poco o nada de gasto. El progresivo descenso de sus ingresos provoca que un sábado víspera de fiestas, antes de que se oculte el sol, sea difícil encontrar un bar abierto. Han echado la persiana porque saben que hasta el día siguiente por la mañana las únicas caras que verán son las de sus escasos vecinos.

 

El castillo de San José, la fortaleza de La Alcozaiba, la iglesia de La Asunción, la prisión… conviven en armonía en una pequeña maraña de calles estrechas y peatonalizadas jalonadas por maceteros con flores de colores que saludan al visitante mientras disfruta de las vistas desde los diferentes miradores del pueblo, ya sea al mar, a la montaña o al pantano de Guadalest, con un tono azulado que recuerda al de las calas perdidas de las islas del Mediterráneo. El castillo que se levanta sobre los picos de las afiladas montañas de granito llama tanto la atención como las casas excavadas en la roca o los grandes aparcamientos habilitados para los autocares cargados de turistas (por cierto, el precio por estacionar es de dos euros pero a las ocho de la tarde se puede aparcar hasta en la carretera general).  

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Una vez atravesado el portal de Sant Josep, una puerta excavada en la roca, se llega a la casa de los Ortuño, propietarios en su día de la fortaleza, más tarde al ayuntamiento y justo detrás a la escuela infantil, que parece sacada de un cuento. Entre tanto uno va dejando a un lado y otro museos y más museos. El etnológico, el de miniaturas, el de belenes, el de juguetes antiguos o el jardín mágico a cuya entrada se puede leer un cartel que reza: “Aquí se encuentra el jardín mágico que todos merecemos ver”. Hay que verlo.


@JavierMontesCas

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