Hombros para la Esperanza

Con más de cinco toneladas, el trono de la Virgen de la Esperanza de Málaga es uno de los más grandes de la Semana Santa de la ciudad andaluza, declarada Bien de Interés Turístico Internacional. Un total de 260 hombres prestan su hombro para que la imagen tallada no falte a su cita anual con los fieles cada noche de Jueves Santo. Hablamos con un hombre de trono que la portó durante 25 años.

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El repiqueo de las campanillas anuncia que la salida es inminente. La reina de Málaga está a punto de salir de su templo tras un año de encierro. Frente a los portones de la Basílica se arremolinan miles de personas que quieren ver cómo la Virgen de la Esperanza empieza a procesionar cada noche del Jueves Santo. Con un peso que supera las cinco toneladas, éste es el trono más grande de la Semana Santa malagueña, declarada en 1980 como Bien de Interés Turístico Internacional.

 

El Himno de Coronación de Perfecto Artola acompaña a la Virgen al cruzar el umbral de su ermita. Sus 76 cirios iluminan la noche de la ciudad andaluza y la arropan en su recorrido junto a 150 mazos de azucenas blancas que adornan el trono. Su cita anual con los fieles sería un imposible absoluto sin los 260 hombres de trono –que no costaleros- que meten sus hombros en los ocho varales y se aferran a la pasión para levantar con esfuerzo hacia el cielo lo que sería extenuante hasta el extremo sin una profunda fe.

 

Si bien en la década de los 40 y los 50 eran los estibadores del Puerto quienes recibían dinero por asumir la procesión de semejante trono, a partir de los años 70 los malagueños de a pie reclamaron que fueran sus hombros los que soportaran tal penitencia.  Es todo un honor para los cofrades. Tanto es así que hay un límite de edad para ser hombre de trono de la Virgen de la Esperanza de Málaga: los 50 años. Una razón responde a las tremendas exigencias físicas que requiere su porte y, otra, para dejar paso a los más jóvenes.

 

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Manolo Soto tenía 25 años cuando metió su hombro por primera vez bajo la imponente imagen tallada. “Y lo he seguido haciendo hasta que cumplí los 50”, explica. Durante un cuarto de siglo Soto ha prestado su esfuerzo para que la llamada Perchelera cumpliera su recorrido. El olor a incienso se mezcla con el del Mediterráneo, que baña las orillas de Málaga, y con el aroma a romero que se lanza para confeccionar un auténtico manto natural que, dicen, queda bendecido al paso de la Esperanza.

 

Las cornetas suenan y los tambores marcan el paso. He aquí la figura del capataz; pieza fundamental del cortejo procesional. “Son importantísimos porque sin ellos no se puede llevar el trono. Van buscando la alineación y nos guían”, cuenta Soto. Del recorrido de dos kilómetros y medio aproximadamente –que, por cierto, se cubre en unas cinco horas y treinta minutos- hay un momento clave: la doble curva. “Es un punto complicado porque hay que maniobrar en un espacio muy abarrotado de gente, donde el trono ocupa toda la calle”, manifiesta Manolo Soto.

 

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“¡Otro pasito a la derecha!”
Además, los capataces tienen otra función soberbia: la motivación. “¡Vamos arriba con ella, caballeros! ¡Adelante! ¡Vamos a aguantar! ¡Medio pasito a la derecha! ¡Un medio pasito! ¡Otro más!”. En palabras de Manolo Soto, “estos ánimos te ayudan y te empujan a seguir avanzando”. Cada hombro de los portadores soporta alrededor de 22 kilos. Ahora bien, “esto es engañoso porque lo que realmente hace daño es el peso dinámico, que multiplica el peso original por tres”, señala. “Esto se debe principalmente por tres motivos: el recorrido, el número de horas que estamos bajo el trono y las veces que lo subimos y lo bajamos”.

 

Desde la calle sólo se ven algunos hombres de trono al paso de la Señora de Málaga, no todos. Algunos cofrades van cubiertos bajo el manto de más de siete metros; otros, en el ‘submarino’, la zona que está justo debajo de la imagen. La ubicación depende, además de preferencias personales de los hermanos más veteranos, de la altura de los cofrades, que se reparten en los varales “para lograr la armonía”. La altura mínima para levantar el trono es de 1,40 m, según señala Soto, y la máxima oscila los 1,80 m. “Los cabezas de varales son los más altos y fuertes”, recuerda. Pero, independientemente del lugar que ocupen, todos y cada uno de los hermanos se guían por los toques de campana del mayordomo.

 

La Esperanza Coronada se abre paso majestuosa y serena entre los fieles. Como si la talla cobrara la vida misma, como si anduviese sin esfuerzo ninguno, porque los cerca de 600 pies que la hacen avanzar se convierten en los propios pies de la Virgen, cuya imagen en la tierra se antoja casi divina por las calles de la ciudad de Málaga. Y la vitorean. Y le regalan pétalos de rosas. Y la lloran. Y la mecen suavemente de derecha a izquierda, de izquierda a derecha cuando una garganta le regala una saeta. [Img #21866]

 

Sobre las 5.30 horas de la madrugada del ya Viernes Santo, la Virgen debe volver a su templo. Es el momento del encierro. “Ahí estamos ya muy cansados y flaqueas, pero sacas las fuerzas de donde puedas para honrarla”, reconoce, al tiempo que explica que “aquellos que van en cabeza y cola de varal sufren mucho”. Porque tras cinco horas de procesión, “no se mete en la basílica sin más”. Comienza entonces el baile de tronos entre la Virgen de la Esperanza y el Cristo Nazareno del Paso, que ofrecen una demostración de que querer es poder. Están exhaustos, pero quieren mecerla con un vaivén que haga tintinear su palio, pero sin despeinarla. Nunca entra dando la espalda. Llega entonces el momento “más duro”: el cambio de hombro. Durante todo el recorrido la mitad de los hombres cargan sobre el hombro derecho y la otra, sobre el izquierdo. Para garantizar que la talla se encierre mirando al pueblo de Málaga, “nos damos la vuelta y el peso descansa en el hombro contrario al que has trabajado durante todo el recorrido, por lo que está frío”.

 

No desde la fuerza bruta, sino “desde lo más profundo e inexplicable del ser humano llega el ímpetu para dar el último empujón”. El imponente trono vuelve a cruzar el quicio de las enormes puertas de su basílica, acompañada del fervor de los nazarenos, de los penitentes y de los fieles. Repiqueo y repiqueo en el templo. Dos toques de campana. Quietud. Un toque más. Abajo con ella. Estallido de aplausos y de emociones que de “tan sentidas y profundas son imposibles explicarlas de otra manera que no sea entregando el alma”.


@Lorena_Padilla

 

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