Inclusión social a dos ruedas

Lo que para algunas personas es algo ordinario para otras representa un lujo. Esta semana en 360 Grados Press descubrimos una organización que pedalea, literalmente, por combatir dicha desigualdad a nivel global y, en consecuencia, disminuye las situaciones de marginalidad o desventaja.

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El salario medio de un agricultor en la India es de 30 euros al mes, mientras que una bicicleta tiene un precio de unos 50 euros. Se trata, por tanto, de un gasto inasequible para la gran mayoría de familias por aquellas latitudes. “No sé cuántas veces se tendrían que reencarnar estos hombres para llegar a comprar una para cada uno de sus hermanos“, reconoce Romà Boule, quien desde hace dos años y medio trabaja por facilitar el acceso a este vehículo a personas que no disponen de los recursos necesarios para ello. “El proyecto empezó en verano de 2012 de una manera súper rupestre. Lo cierto es que fue una idea entre amigos como un divertimento de garaje“, explica él mismo. Sin embargo, aunque de inicio modesto, la iniciativa ha ido cogiendo fuerza desde entonces hasta convertirse en la fundación Bicicletas Sin Fronteras, la cual Romà preside actualmente y ya ha repartido 1.900 ejemplares por todo el mundo.

 

Un leitmotiv con mucho fondo

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Siguiendo con la ubicación geográfica de las primeras líneas del artículo, esta entidad ha posibilitado, por ejemplo, que centenares de niños indios puedan desplazarse hasta la escuela, es decir, continuar con su educación. Para ello, se ha contado con la colaboración de la ONG fundada por el cooperante Vicente Ferrer y se ha procedido mediante varias tandas de entregas. “Siempre vamos hasta allí pagando el viaje de nuestro bolsillo por el mero gustazo de vivir ese momento. La dimensión y la toma de conciencia que se produce es muy fuerte“, matiza Romà. Por otra parte, sin salir de las fronteras nacionales, estaría el caso de un grupo de presos en la cárcel de Burgos que han conseguido encontrar un trabajo gracias a este medio de transporte. O, también, el de las personas ingresadas en un centro de rehabilitación de toxicomanías que han completado su tratamiento con la práctica de ejercicio físico en bicicleta.

 

Y las historias sobre pedales gracias a Bicicletas Sin Fronteras no dejan de sucederse. Todas ellas, siempre escritas junto a entidades que garantizan la correcta distribución de los vehículos y cumpliendo que estos sean un medio, no sólo un fin. En palabras del presidente de dicha fundación: “Tenemos un comité de proyectos que las adjudica en función de nuestro principal criterio, es decir, que la bicicleta sirva como un elemento de integración social“. De hecho, el proyecto se basa en esta convicción para todo su recorrido, porque la puesta a punto de las bicicletas antes de su reparto se realiza en un taller propio establecido en Girona, el cual emplea a 18 personas que han pasado de estar en riesgo de exclusión a tener un trabajo fijo y remunerado. Aquí, además, se prestan servicios a otras empresas del sector, asegurando la viabilidad de este espacio.

 

El suministro en clave altruista

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En total, Bicicletas Sin Fronteras maneja entre 60 y 100 ejemplares al mes, los cuales provienen íntegramente de donaciones particulares realizadas en alguno de los 140 puntos de recogida que se han habilitado a lo largo y ancho de España. “De este modo, establecemos relación con lo que nosotros llamamos ‘nuestro socio invisible’. Antes íbamos de casa en casa, pero finalmente optamos por este sistema y la respuesta ha sido muy positiva. Ahora no nos las dan solo por quitarse un trasto de encima, sino porque quieren de verdad y se mueven por ello“, puntualiza Romà. Y el presidente comparte otro dato en la entrevista: la fundación ha logrado reunir 2.500 bicis durante su trayectoria. Quizá, gran parte del éxito resida en que el único requisito para colaborar sea tan sencillo como que “presenten un estado decente y que no le falten piezas“. Solo entonces hacen parada en el taller anteriormente descrito e inician una nueva vida útil.

 

Con esfuerzo, pero la ruta continúa

Picando piedra“, responde Romà con rotundidad e ironía cuando es preguntado sobre cómo se financia la labor de la fundación. Su subsistencia depende de los aportes que pequeñas empresas les conceden. A partir de ahí, echan mano de ingenio para sumar cuantos granos de arena pueden. Justamente, de esta forma ha nacido el Biciathlon, que se celebró por primera vez el pasado mes de junio con vistas a promover la cultura sobre las dos ruedas y a recaudar fondos para el proyecto, o la Bicicleta Solidaria Namasté, un modelo nuevo de corte clásico que destina un porcentaje de los beneficios que genera con su venta a la causa, así como traduce cada compra en el apadrinamiento de una equivalente en la India. En definitiva, sea por una vía o por otra, Bicicletas Sin Fronteras mantiene el equilibrio por la cohesión social. Y el empeño, intacto. “Insistiría en que las personas donasen más bicicletas y en que sean más amables con el vecino. La solidaridad está mal entendida: se trata de compartir lo que tienes, no lo que te sobra“, concluye su presidente.


@LaBellver

S.C.

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