Dudas existenciales

Curiosa semana esta última en la redacción de Peláez pues a los problemas cotidianos se han sumado dudas y cuestiones existenciales, como el nihilismo metafísico del director, para quien nada tiene sentido en un mundo en el que las agujas del reloj nunca dejan de parar. Claro que después de plantearse si tiene sentido la vida, llegó vestido de novia pensando que Peláez iba a llevarlo ante el altar e ideó una curiosa actividad formativa. La semana concluyó de nuevo con planteamientos vitales por parte del jefe del redactor quien estaba completamente seguro de que tenía que dudar o mostraba dudas sobre estar seguro o lo que fuera.

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Jueves, 25 de septiembre

 

– Me falta tiempo, Peláez.
– ¿Para qué?
– Para todo lo que quiero hacer en esta vida. Mire el caminar imparable de las agujas del reloj, fíjese bien, no paran de girar las hijas de la gran puta.
– Es el tiempo, jefe.
– Oh, el tiempo, tan bella y cabrona realidad.
– Así es la vida.
– Oh, la vida, tan cruel al despertar y bella en un bar de madrugada.
– Le veo muy poético.
– No sé qué en mi hablar te indica que poesía este humilde servidor practica.
– Pues no sé, jefe… yo me voy a centrar en el periódico de mañana.
– Oh, no se dedique a eso…
– ¿Cómo que no? Es mi trabajo
– Olvídelo. Mañana ya será hoy y pasado mañana será ayer. ¿No se da cuenta? Vivimos una derrota constante.
– No sé cómo consolarle, jefe, ante su nihilismo metafísico.
– No es posible, lo lamento.
– Tome.
– ¡Coño, albóndigas!
– Con tomate.
– Soy tan dichoso…
– Ji ji ji

 

Viernes, 26 de septiembre

 

– Buenos días, Peláez.
– Grrrr.
– ¿Qué le pasa?
– Ha vuelto a llegar tarde, jefe.
– Soy una persona de costumbres.
– Habíamos quedado a las ocho, más de una hora de retraso.
– La novia siempre se hace esperar el día de su boda.
– Usted no es mi novia.
– ¿Y con quién me caso?
– Con nadie, jefe.
– Creo que me he equivocado de vestido, entonces.
– Me temo que sí.
– Retíreme el velo.
– No pienso besarle.
– Ni yo, pero quiero desayunar esos churros que veo ahí.
– Son mosquetones de escalada, jefe.
– ¿Se va a la montaña?
– No, tengo que limpiar los cristales del edificio.
– Usted no para.
– Y usted no se mueve.
– He de compensar.
– Ya.
– Adiós.
– Adiós.

 

Lunes, 29 de septiembre

 

– Un selfie, ¿jefe?
– Puf, acabo de desayunar, pero venga. Póngame un par de ellos.
– Un selfie es una fotografía.
– Pensé que era una madalena.
– No, eso es una muffin.
– Creí que eso era un aperitivo generoso.
– No, eso es un brunch.
– Tenía entendido que eso era un tipo barbudo con la parca de su abuelo.
– No, es un hipster.
– Tenía la idea de que eso era una madalena con mierda de colores por encima.
– No, eso es una cupcake.
– Creí que eso era una bebida con yerbajos.
– No, eso es un gintonic.
– Joder, vaya lío… bueno, venga, hagámonos ese selfie. ¿para qué es?
– Para instagram.
– ¿Y qué es eso?
– Mañana se lo cuento, jefe.
– De acuerdo, enséñeme las fotos cuando las revele, por cierto.

 

Martes, 30 de septiembre

 

– Buenos días, jefe.
– Esta es mi apuesta, Peláez.
– ¿Un chándal?
– Formación.
– Me parece perfecto.
– Póngaselo.
– ¿Para qué?
– Tiene que entrenarse.
– Soy periodista.
– Suba por esa cuerda anudada hasta el techo. ¡Hop!
– Hecho, ¿qué más?
– Salte esas vallas. ¡Hop!
– Hecho.
– Dispare a estos objetivos móviles. ¡Hop!
– Soy pacifista, jefe.
– Despedido.
– ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¿Qué más?
– Póngase este traje de camuflaje.
– Hecho.
– ¿Dónde cojones se ha metido?
– Aquí mismo, jefe.
– ¡No le veo, ganapán!
– Es por el traje de camuflaje.
– Ah, coño, es verdad. Quíteselo y descienda en rappel hasta la calle.
– Hecho.
– Vuelva a subir por las escaleras portando la manguera de incendios y dos croissants.
– Hecho.
– Buen trabajo, Peláez. Ya está preparado.
– ¿Para qué?
– Para escribir la agenda semanal.
– ¿Seguro que necesitaba todo eso para escribir una maldita página?
– Quizás no, pero ¡santos croissants! ¡Ñam!

 

Miércoles, 1 de octubre

 

– Peláez, lo tengo totalmente decidido.
– El qué, jefe.
– Voy a dudar siempre.
– ¿Sí?
– No sé.
– Ha dicho que lo tenía decidido.
– Ya, pero… si dudo demuestro que lo tengo decidido.
– Eso es cierto.
– ¿O no?
– Puede que no…
– ¡Seguro que no!
– Se contradice, jefe.
– ¡Por supuesto! ¡Porque dudo!
– Se está volviendo loco.
– A la genialidad llaman locura.
– Tiene razón, genio.
– O puede que la locura sea locura, simplemente.
– Es lo más probable.
– Dudo como nadie, Peláez.
– Sí, jefe.
– ¿O no?
– Olvídeme.
– Adiós.
– Adiós.


Los cables de las conversaciones que mantiene Peláez con su jefe (#Pelaezleaks) en la redacción de un periódico de provincias los puedes encontrar a diario en la página oficial en Facebook de 360gradospress.

La foto es de @Marga_Ferrer

David Casas

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