Pulgares

Un galgo con un collar rojo se resiste a avanzar por mucho que su dueña, de constitución delgada, tire de la correa. Ha decidido que no anda más. La mujer se mosquea y estira sin éxito. Entonces se sienta en el suelo junto a su mascota y empieza lo que desde lejos parece una explicación “razonada” que convenza al animal de la necesidad de movimiento.

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Un señor orondo vestido con untraje de chaqueta oscuro, camisa blanca y corbata azul explora el interior desu nariz con el dedo índice. Tal es la profundidad que alcanza dentro de sufosa nasal, que puede que de un momento a otro le salte el peluquín que lucecon orgullo. Nota: Si el (poco) pelo que te queda es negro, descarta el pelopostizo rubio. La escena es escatológicamente cómica (¿eso puede ser?),especialmente cuando el tipo saca la lengua.


En una esquina, una mujer que amontonasu melena con una pinza gigante en forma de margarita, pasa con esmero de unamaleta a otra productos de cosmética y zapatos de tacón. Y entre traslado ytraslado, saca camisetas que después se coloca a un ritmo que hasta pareceensayado.


De fondo se escuchan las notas deun piano de cola cuyas teclas acaricia un hombre con el pelo recogido en unacoleta baja. Viste americana negra. Del instrumento de cuerda se escapa unamelodía suave que se torna en los famosos acordes de la canción “Te quieromucho”.


Frente al piano, un joven sedetiene. Escucha con atención la música mientras miles de viajeros arrastranequipajes de un lado a otro.


Escribo estas palabras en elaeropuerto Internacional de Düsseldorf, Alemania. Me rodea una multitud deviajantes que esperan su turno para volar. Es harto difícil encontrar a uno deellos que no esté haciendo trabajar a los pulgares que no descansan ante laspantallas táctiles de móviles y Ipads. Prácticamente nadie  levanta la cabeza.


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Diría con total seguridad que eljoven que lleva un buen rato a mi lado no se ha percatado de la presencia delgalgo esbelto y testarudo.


Diría, de hecho, que ni se hadado cuenta de que la persona que se sienta a su izquierda ha ido cambiando alo largo de unos veinte minutos: una mujer con un sombrero rojo, después otra fémina,pero con el pelo suelto y ahora se encuentra un señor con una barba muy larga.


Estamos tan pendientes del mundodigital que, a veces, obviamos la realidad circundante.


Levantemos la cabeza de vez encuando, aunque sólo sea por regalar una mirada a quienes están a nuestro lado.


@lorena_padilla

Marcos García

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