Memoria de sangre

Alguien debería preguntarse por qué duelen todavía las heridas de la Guerra Civil española después de setenta años. En esta contienda fratricida murieron cientos de miles de personas. Pero la guerra terminó y el vencedor (Franco), en su nombre y en el de un dios que odiaba más que nadie y desconocía el significado de la palabra perdón, siguió matando a perdedores con absoluta impunidad.

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Las tapias de loscementerios, las cunetas de las carreteras vecinales, los terrizos ydescampados…España olía a sangre después del 1 de abril de 1936, la fechaoficial del término de aquella vergüenza. Pero la cal viva con la que cubrieronmuchos de aquellos cadáveres represaliados se difuminó, porque vaharadas deaquel olor que estremecía nos sigue llegando en la segunda década del sigloXXI. El recuerdo de aquella injusticia es mucho más fuerte que el viento y nosazota con varas de púas un dato estremecedor: más de 140.000 víctimas de aquelescarnio siguen desaparecidas.

Mi compañero y amigoVíctor Arrogante, en un artículo estremecedor, revela que España es el segundolugar del mundo con más desaparecidos, por detrás de Camboya —durante elgobierno de los Jemeres Rojos, 1975 y 1979, desaparecieron entre dos y tresmillones de personas—.

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Fueron tres años deGuerra Civil pero la venganza y el aniquilamiento de los que pensaban distintoduraron muchos más años. Franco y sus seguidores cometieron genocidio. Lajerarquía eclesiástica española lo bendijo.

Más de 140.000 familiasllaman a la puerta y desde el otro lado del muro solo se escucha un silenciolapidario y cómplice. Los políticos de distinto signo no quieren saber nada.Para ellos es un asunto engorroso y lejano. Pero la memoria duele. Y sangra.¿Dónde está la calle de la Justicia?


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