El Pirineo se viste de otoño

Una época de transición y de cambio despliega en los valles del Pirineo una fuerza sobrecogedora, potenciada por el color que adquieren sus bosques y cañones

ÓSCAR BORNAY, Jaca. Avanzado el mes de octubre la cordillera pirenaica, verdadero reino de la verticalidad, muta, se disfraza y juega con nuestros sentidos desplegando una variedad cromática inabarcable. Bosques que en verano apabullan con su verdor cambian -a medida que el otoño gana terreno y anuncia el imperio del invierno-, para transformarse en un estallido de color. Los bosques de hoja caduca del valle del río Aragón parecen incendiarse con el rojo intenso de los arces, mientras que en las riberas de los ríos un amarillo brillante se apodera de los chopos y en las montañas las franjas de color dibujan un mosaico que cambia al capricho de la luz.

Es una etapa de transición, inestable. Es frecuente que los días amanezcan envueltos en una niebla densa, que parece paralizarlo todo, dejando la misma vida en un suspenso enigmático. Las brumas, que no nos dejarán en toda la jornada, se estancan en Jaca, primera capital del antiguo Reino de Aragón, pero no penetran en el profundo valle que conduce hacia Francia, distante tan sólo unos 34 kilómetros.

Es durante el recorrido hacia las estaciones de esquí de Candanchú –situada a los pies del imponente Monte Aspe, de 2.645 metros de altitud-, y Astún, situada a 1.658 metros, cuando el otoño muestra todo su esplendor. Verdes, ocres, rojos y amarillos se combinan en las laderas de las montañas, apareciendo y desapareciendo junto a las últimas brumas matinales que un tímido sol deshace mientras entre las nubes que encierran las altas cumbres emergen momentáneamente las primeras nieves.

Entre Francia y España
Desde la misma estación de Astún, enclavada en un pequeño valle que conduce hasta las faldas del gigante Aspe, parten distintos itinerarios que conducen hasta las cumbres que encierran este apartado rincón, como el Pico d’Aneou (2.364 metros), y el Mala Cara (2.269). No obstante, ascenderemos hasta el Ibón d´Escalar y el Col des Moines –o Puerto de Jaca-, a 2.168 metros de altitud, un collado que marca la frontera con Francia.

Es una ruta que discurre por una senda bien marcada y que gana altura progresivamente, sin pausa. El pasto de alta montaña es el rey de estas empinadas laderas, páramo donde crecen lirios que con su morado dan vida y color a esta tierra que adopta, tras el verde esmeralda del verano, el amarillo pajizo del otoño. Tras algo más de una hora de ascensión se llega al oscuro ibón d’Escalar, situado en un circo glaciar a 2.078 metros de altitud, lugar de nacimiento del río Aragón, envuelto en una espesa niebla que otorga al paisaje una solitaria melancolía.

Desde este punto, siempre siguiendo el sendero, se gana rápidamente altura hasta llegar al Col des Moines –Collado de los Monjes, en francés-, solemne puerta de entrada a Francia, enmarcada por los lagos de Ayous y por la inconfundible figura del Midi D’Ossau, guardián de la región de Béarn. Una pared de roca negra vertical –antiguo volcán extinto- de 2.884 metros de altitud. Sin embargo el día no acompaña, las nubes, la lluvia y la niebla, que cada vez se cierra más, impiden la visión del gigante de piedra.

El Puerto Máximo
Desde Astún es fácil llegar hasta la vecina Francia. Existen dos vías, pasar por el quilométrico túnel de Somport, o recorrer la tortuosa carretera que, tras superar el fronterizo puerto del mismo nombre, a 1.640 metros de altitud, baja hasta la cabecera del Val d´Aspe.

Decir Somport es aludir, de forma directa, al Camino de Santiago. Su nombre procede del latín summus portus, el “puerto más alto”, en referencia al paso entre la Galia e Hispania. La ruta de peregrinación más antigua e importante de Europa vivió su momento de esplendor en la Edad Media. Una prueba son los restos del Hospital de Santa Cristina, fundado a finales del S.XI y de cuya importancia habla el Códice Calixtino, que lo colocaba a la par que los hospitales para peregrinos de Jerusalén y del Gran San Bernardo. Unum Tribus Mundi, es decir, uno de los tres hospitales del mundo, era el lema que presidía el altar mayor de la iglesia de este recinto, del que ya sólo quedan ruinas, y que según la leyenda fue iniciado por dos caballeros anónimos que construyeron un refugio para paliar los sufrimientos de los peregrinos, que quedaban a merced del implacable clima de la zona.

Los bosques en esta vertiente francesa de la Gave d’Aspe son, sin duda, protagonistas por su espesura y su increíble color. Este valle es uno de los tres que, junto al de Ossau –uno de los últimos refugios del oso pirenaico-, forman el Alto Béarn, una pintoresca región francesa donde aún es posible escuchar a los más mayores hablar en bearnés –también llamado gascón, la lengua de D’Artagnan-, una antigua variante del occitano.

Óscar Delgado

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